La puesta en escena de la vida y obra de Andrés Bazán Frías, este Robin Hood tucumano, les sirve de excusa a Lucas García Melo y Juan Mascaró para elaborar sobre el estado de la delincuencia actual, sobre si cambió algo entre el centenario de la muerte del ladrón honrado o si seguimos igual como sociedad, pero también habla sobre la capacidad de redención humana y el entendimiento de qué lleva a un criminal a convertirse en tal. Son varios los tópicos barajados en el aire para un documental tan escueto (apenas si dura 65 minutos) y Bazán Frias, Elogio del crimen sale airoso por momentos, y por otros subraya tanto que se pierde de foco la verdadera intención del mismo.
Con una pausada y agradable narración de parte de Alejandra Monteros, actriz que se mete de lleno dentro del grupo de reclusos para interpretar a la novia de Bazán, el documental explora la trágica vida del para muchos legendario ladrón, cuya ira para con las fuerzas policiales sólo se contrastaba con su buen corazón y los robos cometidos hacia los ricos para darle a los más carenciados. En diez escenas la leyenda va tomando forma y, a medida que se les enseña técnicas teatrales a los reclusos, sus historias comienzan a salir a la luz y las interacciones con el grupo de filmación empiezan a cobrar relevancia en la exploración propuesta en la tesis cinematográfica del film.
A medio camino entre la figura religiosa a la cual se le reza y el enaltecimiento de una vida criminal como lo establece el título del documental, Bazán Frías comienza a hilar paralelismos entre su protagonista y la vida de los presos. La sobrepoblación de las cárceles, la marginalidad de las personas que pueblan sus celdas, la angustiante diferencia de clases que llevan a unos y otros a robar por la buena vida que llevan, todo traza una radiografía para entender al delincuente, mas nunca justificarlo. Así como es duro ver los testimonios de personas ajenas a la cárcel que piden por más mano dura, baja de imputabilidad y la vuelta de los militares, se deja pasar la oportunidad para aportar un granito de arena y permitir a los presos que hagan un mea culpa de su situación y qué se puede hacer para mejorar si logran reinsertarse a la sociedad. Es imposible aplacar hoy en día los sentimientos para con las fuerzas policiales y las criminales, y no hace falta ser un gran genio para notar que desde el fallecimiento de Bazán Frías, poco y nada ha evolucionado la sociedad, pero es ese mismo elogio que titula la película que no permite poner una mano en el corazón y ver realmente un momento catártico de parte de los reclusos, aunque no escasean los momentos incómodos y dramáticos en ciertos testimonios.
El estudio criminal de García Melo y Mascaró tiene un buen impacto audiovisual (algunas tomas como el recorrido de la cárcel por sobre el paredón que divide la misma de la vida civil es impactante) pero narrativamente se encuentra desequilibrado, al querer maniobrar con varias ideas al mismo tiempo y no pudiendo poner en la balanza los ingredientes correctos. Así, el elogio del crimen supura en cada fotograma y el experimento hace aguas dependiendo de la visión moral y social de cada espectador con respecto al tópico en cuestión.
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