Crítica de Baldío

Brisa, una reconocida actriz de cine, sobrelleva los contratiempos del rodaje de un nuevo film y los conflictos con su hijo adicto a las drogas.

Los límites entre la vida cotidiana y la representación artística, en ocasiones, son difíciles de discernir. Esto sucede, sobre todo, cuando alguien que entra en el terreno de la interpretación de una ficción carga sobre sí el peso de un asunto impostergable en la realidad. Este es el eje de Baldío, la nueva película de Inés de Oliveira Cézar, quien además es co-guionista junto a Saula Benavente. En esta se narra tanto el transcurso como la desazón de los días de Brisa (Mónica Galán), una famosa actriz que debe lidiar por un lado con los límites temporales de una nueva filmación, y a la vez con las dificultades que le genera su hijo Hilario (Nicolás Mateo), quien sufre de una severa adicción a las drogas. Tanto Galván y Mateo, como Rafael Spregelburd -en el rol del director de la obra protagonizada por Brisa- y Gabriel Corrado -en el papel del padre ausente, irresponsable e insensible-, aportan matices particulares, y necesariamente disímiles. En conjunto, logran consumar el meollo dramático, a partir de la tensión entre los compromisos profesionales que deben concluirse como sea, al mismo tiempo que se transita un contexto de impotencia y malestar a nivel personal, mientras otros buscan desentenderse de toda situación delicada o dificultosa.

En términos visuales y formales, el film resulta tan formidable como minucioso. Tanto la utilización del blanco y negro, como el manejo de encuadres más bien cerrados y el notable uso de los primeros planos, centrados sobre todo en el rostro de Brisa, logran afianzar una atmósfera de desesperación y agobio tan aplastante como atrapante. Al mismo tiempo, este recorte en las miradas y los gestos, que a la vez se funden en extensos silencios o se apoyan en una intensa banda de sonido a cargo de Gustavo Pomenarec, exhibe también los momentos de genuina amistad brindados por la amiga de Brisa, encarnada por Mónica Raiola, muestra la fragilidad y la contrariedad de Hilario, y humaniza al personaje de Spregelburd al exponerlo como un trabajador compulsivo y un tanto insensible.

Otro de los ejes fundamentales de la película es su aguda mirada acerca de nuestra responsabilidad social frente a quienes atraviesan problemas de adicción. La espera tortuosa y la incertidumbre que soporta la protagonista tienen relación tanto con cuestiones privadas, tales como sus propias decisiones equivocadas o la irresponsabilidad de su marido, como también con un contexto externo en el que no se ofrece ayuda a quienes se encuentran sumidos en el consumo de sustancias. No solo se entrevén las deficiencias de un Estado de derecho que no se hace cargo de sus funciones, sino también las miserias de quienes, ante el desconocimiento de los padecimientos ajenos, deciden atacar en lugar de presentar apoyo. Por otra parte, esta perspectiva que en principio puede sonar como una exacerbación del pesimismo, encuentra el equilibrio necesario en la inyección de fuerza y optimismo que aporta el personaje de Raiola, en el humanitarismo amoroso de la madre de otro joven adicto, interpretada por la monumental Leonor Manso, y en la propia Brisa que no permite que su hijo se convierta en una «causa perdida».

Baldío es un impecable ejercicio de estilo cinematográfico que logra representar el sofocante desequilibrio que puede padecerse en un contexto adverso, en el que colisionan un conflicto de difícil solución y la necesidad de seguir pese a todo, tanto en la vida como en la ficción. Además, el film logra su propósito simbólico de abordar la figura de «lo que se escapa» y «lo que logra ser retenido». Aquello que se fuga no es solo el personaje de Hilario cada vez que intentan internarlo para tratar su drogadicción, sino también el éxito, el estrellato y el reconocimiento, en los momentos en que la desgracia aparece, sin hacer distinciones de ninguna índole. A su vez, permanece el dolor, la inestabilidad y el desasosiego a causa de una problemática que no encuentra paliativo. Me gustaría destacar, por último, la actuación de Mónica Galán. La actriz, fallecida en enero de 2019, se desempeña de manera magistral y expresa a la perfección el desconsuelo y el desamparo de una madre que, pese a todo, no claudica en la lucha por el bienestar de su hijo.

 

 

 

 

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Tomás Cardín

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