Crítica de Badur Hogar, de Rodrigo Moscoso

Juan conoce a Luciana en el peor momento de su vida. Construyen, casi por error, una relación extraña y atípica en esta comedia dramática en la que van enredándose mentira tras mentira.

Pocas películas me han hecho tan feliz en este 2019 como Badur Hogar. En un tiempo en que Hollywood vive un resurgimiento de la comedia romántica de la mano de Netflix, el segundo trabajo como director de Rodrigo Moscoso no podría ser más oportuno. Pero sin dudas se hizo esperar. En pleno auge del Nuevo Cine Argentino, el realizador salteño presentó Modelo 73 (2001), un pequeño gran film que no tuvo la difusión que se merecía. Y a diferencia de otros contemporáneos de esa generación renovadora, como Israel Adrián Caetano, Pablo Trapero, Martín Rejtman o Raúl Perrone, se tardó casi dos décadas en lanzar otra película. Una que lo lleva de vuelta a Salta por algunas semanas del verano, para una de las apuestas del género más estimulantes de los últimos tiempos.

No es fácil evitar el lugar común en la comedia romántica, pero Moscoso se mueve con demasiada soltura por un territorio en el que es fácil sentirse cómodo repitiendo fórmulas. Chico conoce a chica, bien. Pero el cineasta no juega a lo seguro. No hay más que ver cómo lidia con elementos tradicionales del género como el primer beso, la primera noche juntos, el amigo tercero en discordia. En donde otros caen, él gambetea y sigue. Y provoca en el espectador una sonrisa de principio a fin.

Juan es un protagonista tan atípico para el cine como corriente para la vida. Es un hombre sin proyectos, sin futuro. Posibilidades no le faltan, pero vive en cierto estado de apatía. Si es el peor momento de su vida, es uno que evidentemente se ha extendido en el tiempo. Ahí es que conoce a Luciana, quien también podría estar mejor. Mienten juntos y esa mentira de a poco abre una hermosa relación, que los lleva a hacer frente a miedos propios del crecer. Son treintañeros estancados, con los que es fácil sentir empatía. Gente como uno. Y desarrollan un amor de estos tiempos, para todos los tiempos.

Por fuera de algún celular o una comunicación vía computadora, Badur Hogar bien podría transcurrir en los ’80, en los ’90 o en otra década pasada o futura. Pasa como con los objetos que llenan las estanterías de la tienda familiar, electrodomésticos de otra época que hoy son vintage. Otra tienda los vendería tan caros como algo nuevo. Funcionan y la moda es cíclica, lo antiguo siempre vuelve. Pero aquí son el decorado de un lugar mágico, de otra era, encapsulado y aislado del mundo exterior como un misterio para los habitantes de la ciudad, que nos abre sus puertas para hacernos parte de una experiencia transformadora. La fotografía de Gaspar Quique Silva hace mucho para extender ese aura de magia a lo que son las calles de Salta, algo que se potencia con la gran labor musical de Axel Krygier.

Hay un trabajo a destacar de parte del protagonista Javier Flores, a quien la suma de cualidades negativas en su personalidad se conjugan en un Juan entrañable. Vago y algo mentiroso, está entendiblemente asustado y no se puede hacer más que alentarlo. Con las posibilidades que le ofrecía su familia, se quedó atrás. Y pocas cosas asustan más que no ser la persona que podías ser. Eso empieza a cambiar de a poco con la llegada de Luciana, con una Bárbara Lombardo luminosa, a la que la cámara la adora. No tengo presente otra ocasión en la que se la haya filmado tan bien. Y su personaje tiene dramas propios. Pero en las mentiras de ambos, encuentran lo que el otro necesita.

Así se empieza el tortuoso proceso de enfrentar realidades diferentes, pero con cierto punto en común en lo que es el no terminar de madurar o aceptar lo que tienen. La vida con los padres por diferentes motivos, los problemas familiares –hay que destacar a Cástulo Guerra, de pocas palabras pero que emocionan por completo-, la enfermedad como punto común y la incapacidad de despegar. En Badur Hogar hay mucho más que chico conoce a chica. Hay un diálogo profundo sobre el ser joven hoy, en el marco de una divertida comedia de enredos con personajes memorables. Hacen falta más comedias de calidad en la Argentina y esperemos que Rodrigo Moscoso no se demore otros 20 años en regalarnos la próxima.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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