Esta tercera entrega se centrará en los esfuerzos del Departamento de Policía de Miami y su equipo de élite AMMO para intentar derribar a Armando Aretas, jefe de un cartel de la droga que tiene en su mira a Mike Lowrey.
La de Bad Boys no es una franquicia que se haya desarrollado en la forma habitual. La primera supuso el debut cinematográfico de Michael Bay, con un presupuesto moderado en comparación con los que iba a disponer a partir de entonces, y marcó un éxito en las carreras de Martin Lawrence y Will Smith, quienes encabezaban sus propias series de televisión en simultáneo y se preparaban para pisar con fuerza en la pantalla grande.
Cualquier film mezcla de acción y comedia, con semejante trío involucrado y un saludable paso por la taquilla, pondría en producción una secuela en los meses posteriores al estreno. Sin embargo se tardaron ocho años en hacer una segunda parte considerablemente inferior, un lapso en el que el director a futuro demostraría ser capaz de escupir cuatro películas de Transformers y le sobraría tiempo para hacer algo más pequeño. Y para redoblar la apuesta, el desarrollo de una tercera entrega se prolongó por un período que duplicó al anterior, con una Bad Boys for Life que llega a los cines un cuarto de siglo después del estreno de la original. Les llevó 25 años conseguirlo, pero finalmente se hizo una película realmente buena dentro de la serie.
En forma similar a lo que ocurrió con Transformers, que la mejor se produjo una vez que Michael Bay comprendió que no tenía más para aportar y dio un paso al costado para que otro director se hiciera cargo, esta tercera parte reluce con la convocatoria de Bilall Fallah y Adil El Arbi. La dupla de cineastas belgas inyecta nueva vida a una franquicia anclada en otra época, con un estilo que conecta con lo hecho previamente por Bay, pero con un sello personal.
Las secuencias de acción están bien presentes, pero la forma en que se las lleva adelante es marcadamente diferente. Ya no hay rastro de los 300 cortes por minuto para desatar el Bayhem en su máxima expresión, cuya idea de dinamismo era lanzar dos planos por segundo y darse una sobredosis de esteroides. Acá hay persecuciones, combates mano a mano, tiroteos varios, explosiones, bolas de fuego y cosha golda como en toda buena película de acción, pero se puede apreciar lo filmado. La adrenalina brota de sus propias secuencias, no se la busca inyectar después con una edición frenética para estar permanentemente al palo.
Los 25 años de Bad Boys, además, ofrecen otro tipo de posibilidades a nivel argumental que son bien aprovechadas desde el guion, que no convulsionó con la cantidad de manos que intervinieron en todo este tiempo. Hay una suerte de progresión lógica en lo que es la dinámica de Marcus y Mike. El primero siempre fue el hombre de familia y hoy no solo es padre de adultos, es abuelo de un recién nacido. El finalmente decir basta a las corridas y colgar la placa, para disfrutar en su casa de un retiro bien ganado, es una posibilidad más que concreta. Por lo bajo se puede escuchar el «I’m too old for this shit» de Roger Murtaugh, el personaje de Danny Glover en Lethal Weapon que nunca deja de volver a las andadas, por más viejo que esté. Mike, por su lado, quiere ser un bad boy para siempre. Y si bien hace un gran trabajo para ocultar las canas, el paso del tiempo se hace notar con crueldad. También tiene edad para dejar de ir a mil por hora y para sentar cabeza. La fuente de la juventud de Hollywood es generosa, pero los dos superan los 50 años. Tanto los actores como sus personajes.
Y así es que se apoya en un costado que se explora con frecuencia en películas del estilo. El choque de lo viejo con lo nuevo. La experiencia de los veteranos que colisiona con una generación de sangre fresca. Ellos ya fueron los chicos malos. Las opciones son vivir como tales hasta la prematura muerte o convertirse en hombres buenos. Y eso no solo mueve a los dos protagonistas hacia adelante, poniendo en la balanza sus decisiones en relación al futuro -y en uno de los casos poniendo el foco en lo hecho en el pasado-, sino que genera ese permanente ida y vuelta entre Burnett y Lowrey, entre Lawrence y Smith, pura química que los años pasados no echaron a perder, sino que sigue tan vital como el primer día. Hay mucho chiste vinculado a la edad, pero no hay otro camino. Son dos personajes que patrullan las calles desde hace añares y el humor se adapta a sus vidas cotidianas. Como si Mike y Marcus siempre hubieran estado por aquí…
Si a eso se suma una dirección clara, acción pura y cruda que no duda en dar un paso más a la hora de buscar sangre, algunas decisiones visuales que embellecen al todo y muchas dosis de comedia, el resultado son dos buenas horas de entretenimiento. También involucra una historia de venganza trillada, pero que se lleva bien como para que las sorpresas funcionen como tales. Se tomaron casi dos décadas en volver, pero lo hicieron con la mejor película de su trilogía. Y esta vez aprendieron de la experiencia y ya se confirmó rápido otra secuela, literalmente en la semana de su estreno en Estados Unidos. Whatcha gonna do…
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