Crítica de Assassin’s Creed

Por medio de una tecnología revolucionaria que destraba sus memorias genéticas, Callum Lynch experimenta las aventuras de su ancestro, Aguilar, en la España del Siglo XV.

Una cantidad innumerable de películas se basan en utopías en las cuales los personajes son capaces de modificar una porción de la historia de la humanidad. El ejemplo más claro y eficiente de los últimos años es Inglourious Basterds. En el filme de Quentin Tarantino, un grupo de soldados americanos tiene como objetivo asesinar a la mayor cantidad de nazis posibles, incluido Adolf Hitler. Cuando está bien dirigido y escrito, el resultado puede ser brillante, como en el caso recién mencionado. Pero hay otros en los cuales sucede todo lo contrario: Assassin’s Creed es uno de ellos.

Aunque la triada de guionistas Adam CooperBill CollageMichael Lesslie se haya propuesto marear a los espectadores durante 115 minutos, la premisa de la película puede resumirse en un par de palabras: una empresa llamada Abstergo intenta erradicar la violencia de la conducta de los seres humanos y para lograrlo necesita el fruto del edén. Pero la aparente simpleza de la trama no evita que los personajes se encarguen de explicar todo lo necesario en la totalidad de su duración. Uno termina de recibir explicaciones recién en el epílogo.

Assassin’s Creed es una adaptación libre de la serie de videojuegos homónimos de Ubisoft, creados e ideados por Patrick Désilets, Corey May y Jade Raymond. Teniendo en cuenta las otras adaptaciones de la compañía (Far Cry, Prince of Persia: The Sands of Time) y demás versiones cinematográficas de videojuegos, esta película se ubica en los escalones más altos. El apartado visual, la elección del reparto y la pretensión alta suben su estatus dentro del subgénero en el que está estancada.

Una de las grandes expectativas del filme se posó en Justin Kurzel, director de las excelentes Snowtown y Macbeth, y su equipo (Adam Arkapaw como DF, Jed Kurzel en música y su dupla de actores fetiche Michael FassbenderMarion Cotillard). Lamentablemente, aquel realizador que supo desafiar una obra tan clásica como la de William Shakespeare, fue devorado por los monstruos de la industria. El australiano salta de una película realmente inaccesible, como Macbeth, a otra que también lo es, pero con esperanzas de captar la mayor cantidad de espectadores posible. Difícil de comprender por el incorrecto funcionamiento de su narración, tiene la pretensión de ser más asequible por la utilización de aquello que, con permiso de lo formal, «garpa» o no.

A priori, lo más interesante de una historia que propone saltos en el tiempo hacia la inquisición española es la super-acción en una época infrecuente en el cine de estos tiempos. Lamentablemente, aquellas escenas en las cuales los protagonistas pelean y se persiguen en 1490 son escasas (tres) y la mayoría está de relleno. Lo positivo del caso, paradójicamente, son esas porciones de película. Es decir, la ensalada interminable de conceptos explicados durante el tiempo presente -lo aburridamente necesario para entender todo- es compensado con las escenas de acción que ocurren en el tiempo pasado -innecesarias a la trama, pero importantes para hacer llevadera la cosa-.

Otro elemento sumamente llamativo es la elección y la utilización del reparto. En cartelera, uno se encuentra con nombres como Fassbender, Cotillard, Jeremy Irons, Charlotte Rampling, Brendan Gleeson y Carlos Bardem. Assassin’s Creed deja que desear en los cameos de Gleeson y Bardem, que no son mucho más importantes para el argumento que cualquier extra.

La película es un bicho raro. Sus problemas narrativos no son compensados por las espectaculares peleas de Fassbender contra extremistas religiosos en el siglo XV. A su vez, dentro del subgénero «adaptaciones de videojuegos», Assassin’s Creed es uno de los mejores exponentes. Las expectativas que generó la mano de un director, que con el mismo equipo supo cachetear todo Cannes, no fueron superadas. Bienvenido a la industria, Kurzel. Adiós de la industria, Assassin’s Creed.

 

 

 

 

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Nicolás Mancini

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