Robert Miller es un magnate que, en la víspera de su 60 cumpleaños, parece el perfecto retrato del éxito americano en su vida profesional y familiar, siempre acompañado por su fiel mujer Ellen y por Brooke, su hija y heredera del imperio. Pero tras los dorados muros de su mansión, Miller está con el agua al cuello.
En sus minutos iniciales, Arbitrage parece tratarse del thriller financiero independiente de la temporada, como si aún quedara más por contar que lo abordado en Margin Call meses atrás y todavía faltase explorar las cuestiones más personales del John Tuld que personificaba Jeremy Irons. Nuevamente se encuentra a un gurú del mercado, presidente de una poderosa compañía que disfruta del mejor momento en materia de ganancias, que se dispone a hacer un negocio sucio –salvarse él y los suyos es lo que importa- luego de ocultar la primera maniobra fallida de su carrera. Quizás con esta fuerte similitud en cuenta, el escritor y director Nicholas Jarecki –autor de otro guión original como el propuesto por J.C. Chandor– abre rápidamente otras fuertes líneas argumentales que ayuden a distinguirla y sostenerla, con el riesgo de quien aborda mucho pero profundiza poco.
Para ser un film con un importante componente financiero, la lógica en ocasiones está ausente, con elementos claves del guión librados al azar del «porque sí» que vocifera Richard Gere. Hace parecer obvio que un oráculo de Wall Street pueda diagramar una sólida coartada en cuestión de segundos luego de sufrir heridas severas tras un accidente automovilístico, y eso porque el poderoso prevalece. Jarecki necesita complicarse para que la trama funcione, sin confiar en que su estudio del carácter –el descenso espiral hacia el fango ético de su protagonista- sea lo suficiente. Es por eso que, tras mostrar que la amante del personaje central aspira cocaína –plano que a fin de cuentas no suma nada, porque bien podría haberse rastreado a la hora del análisis toxicológico-, necesita de un grave choque en una ruta desolada, flojo disparador de una historia de suspenso que acabará por funcionar a los tumbos. Robert Miller, el multimillonario de turno, quien hará una maniobra fraudulenta para cuidar sus intereses, quien hará cualquier cosa para mantener las apariencias y que el trato de su vida tenga lugar, se encuentra sujeto de una investigación policial porque estaba escapándose con su amante. El realizador justificará el accionar de este individuo con que el dinero lo es todo, pero dejará fuertes cabos sueltos -como el arriba mencionado- que, en un thriller de suspenso, son imposibles de omitir.
No obstante, Arbitrage funciona. A pesar de las carencias del guión, el realizador logra enfocar su desarrollo hacia lo que únicamente importa: su personaje. Richard Gere ofrece una destacada interpretación –de lo mejor que ha entregado en su carrera-, de un individuo atrapado en una caída libre moral que, a pesar de involucrar instituciones que no puede controlar, igualmente lo tiene siempre un paso adelante. Brit Marling y Susan Sarandon acompañan con buenas actuaciones en el ámbito familiar, aspecto que el director maneja sin caer en la solemnidad clásica o en la parábola moralizante habitual con que se encuentra a este tipo de sujetos, del mismo modo que el oficial revanchista, que Tim Roth lleva adelante con un acento peculiar, resulta creíble dentro del círculo policial. Más allá de la arbitrariedad con que se fragua el argumento, Jarecki da cuenta de su habilidad para mantener el suspenso y dirigir actores, así como para entregar un guión dinámico que, a pesar de girar muchos platos a la vez, logra mantenerse en orden hasta el final.
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