Crítica de Apollo 18

En diciembre de 1973, dos astronautas estadounidenses fueron enviados a la Luna en una misión secreta financiada por el Departamento de Defensa de Estados Unidos. Mientras que la NASA niega la autenticidad de este material, otros dicen que es la verdadera razón por la que nunca volvimos a la Luna...

Los descendientes de la bruja Blair cobraron fuerza en los últimos años luego de que la fórmula del material recuperado y el registro «verídico» con cámaras testigo volviera a resurgir con la saga Paranormal Activity. A esta nueva película incluso se la ha definido con entusiasmo como Actividad Paranormal en el espacio, lo que puede interpretarse entonces como una idea repetida pero con cambio de locación. A esto apunta Apollo 18, en el marco de una fallida misión espacial dotada de una decena de dispositivos para filmar los acontecimientos.

La propuesta tiene como plato fuerte la premisa de dar cuentas de la «verdadera» razón por la que el hombre no volvió a la Luna. Cuenta para ello con actores desconocidos que por asociación se convierten en los rostros de los astronautas «reales». Pero es el factor que idealmente la hace diferente, el espacio, lo que finalmente acaba por perjudicarla. Que sean dos sujetos aislados en la superficie lunar, sin comunicaciones y con salidas reducidas, lo que limita la película a unas pocas posibilidades que se agotan rápido y se repiten mucho. Esto produce así un ida y vuelta permamente sobre lo mismo: escuchar ruidos, ver indicios de que pasa algo raro, explorar la región, intentar comunicarse con Houston. Esto parece así un cronograma dispuesto por el realizador, quien no tiene reparos en repetir situaciones con algún mínimo cambio en pos de la «verdad». Hay respecto a esta construcción ciertos planos, acercamientos y enfoques en cámara lenta sobre algunos sucesos con los que se traiciona incluso aquella idea fundante.

En definitiva se trata de una propuesta que poco aporta a esta técnica del found-footage. Tampoco tiene qué ofrecer tanto al género de terror, ya que difícilmente se la pueda encuadrar en él (si lo máximo que se puede lograr es un ¡Bu! de frente a la cámara, hay síntomas de que algo está mal) como a la ciencia ficción. Lo que más se destaca es sin dudas la lograda puesta en escena, algo que condujo a que en los últimos días la propia NASA prefiriera prevenir que curar y asegurar que este film no es un documental. Que la agencia se preocupara al punto de tener que desmentirla, es un premio demasiado grande para esta película de Gonzalo López-Gallego.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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