¿De qué va? Henry es un monologuista con un humor incisivo. Ann, una cantante con fama internacional. Ambos forman una pareja feliz rodeada de glamur y que está en boca de todo el mundo. El nacimiento de su primogénita, Annette, una niña misteriosa con un destino excepcional, les cambiará la vida.
Henry McHenry (Adam Driver) y Ann (Marion Cottillard) son un comediante de Stand Up y una cantante de opera, respectivamente, sumamente talentosos y exitosos que deciden blanquear su relación ante los medios y el mundo. A partir de dicha confirmación y de la posterior llegada de su bebe Annette, los rumbos de sendas carrera comienzan a cambiar y a llevarlos por diferentes rumbos haciéndolos transitar las mas profundas e intimas reflexiones sobre la paternidad, la fama y el propósito del ser.
De esta manera se nos presenta la nueva película del francés Carax, por lo pronto y desde el vamos, no es una trama que se proponga ser rupturista porque no suena a algo demasiado innovador. Pero ahí es donde la propia cinta, desde los minutos iniciales, va a tomar la postura de demostrarle al espectador que lo que está por ver no es algo que haya visto antes en otro lado. La narrativa general del filme usa como género base el del musical, con un repertorio de canciones y segmentos musicales compuestos en su totalidad por el dúo Sparks, pero no será el musical convencional que uno está acostumbrado a ver ya que ahí mismo, y con el correr de cada una de las canciones, se vislumbra que hay algo que no se asemeja al normal de las películas de este tipo. Ahí, ya pueden empezar a verse o a sentirse, que lo que estamos presenciando no es algo va a ir más allá y luego de un prólogo en el que los mismos actores, músicos y productores nos introduzcan en el mundo de Annette todo comienza a tener sentido.
Este mundo, confuso y repleto de poesía en cada una de las letras que cantan los personajes y de situaciones oníricas, carece de las reglas a las que el cine hollywoodense tiene acostumbrados al general del público y el contrato tácito que se genera entre obra y espectador puede comenzar a verse cuestionado. Pero ahí mismo, cuando los cuestionamiento comienzan a darse, el fuerte de la película asoma y es ahí, en ese momento, en donde uno puede entrar por completo al relato o no. Para hacerlo sencillo, la propuesta de Leos apuesta directamente a sumergir al espectador en una historia gracias a emociones, sentimientos y experiencia mucho más que a lo que un guion perfectamente escrito pueda lograr. Aquellos que sean más afines a este tipo de cine, en donde las reglas pueden cambiar con el correr de los minutos y no haya que seguir normas pautadas por alguna escuela en particular, se van a encontrar con un relato que resulta avasallante y que por más momentos extraños puedan aparecer, uno termina «entrando» y entregándose totalmente a lo que se muestra. Por supuesto que no basta sólo con eso para que la película termine convenciendo, hay otras cosas que terminan de generar la experiencia.
Una experiencia que trasporta al espectador por todos los lugares posibles ya que la película tiene una clara estructura teatral en lo técnico, hasta casi que de una opera, en donde los segmentos están marcados por momentos clave y fundamentales pero sobre todo en lo discursivo en donde cada línea de dialogo parecen sacadas de una obra de Shakespeare. Y ni hablar del fin de los personajes principales. No importa tanto el lenguaje cinematográfico -aunque lo tenga y bastante-, sino que más se intenta hacer foco sobre lo que los personajes puedan demostrar. Importa más un gesto, un grito elevado más que si el lente es tal o cual, o por cómo se mueva la cámara.
Las actuaciones de Driver, Cotillard y Helberg están a la altura de las circunstancias y se brindan por completo a lo que se requiere. Todos cantan, todos sufren, todos se notan conmovidos y al fin y al cabo, en este viaje tan intimo y profundo, es lo que se termina valorando. Claro que ellos van tan al límite que la exageración siempre está asomando, en cualquier momento esa barrera puede romperse y caer en la payasada. Por fortuna, lejos está de suceder.
Annette puede ser inconsistente en su subtexto, grotesca por momentos en lo que se muestra, puede pecar de ser pretenciosa en muchos aspectos y de incluso, dentro de su viaje introspectivo profundo y totalmente sensorial, tener falencias en hacer que el general del público la acepte. Pero cuando termina y el falso telón baja, la película acaba y es imposible evitar no sentirse conmovido y atravesado por una historia que por más fallas técnicas tenga, la experiencia de verla es algo que nadie se puede dar el lujo de no tener.
[ratingwidget_toprated type=»pages» created_in=»all_time» direction=»ltr» max_items=»10″ min_votes=»1″ order=»DESC» order_by=»avgrate»]