Una segunda crítica para esta película dirigida por David Yates, cuyo elenco encabezan Eddie Redmayne, Jude Law y Johnny Depp.
Desde su título, Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald da cuenta del curioso collage que se puso en funcionamiento para seguir al desarrollo del universo Harry Potter. Originalmente prevista como una trilogía, a meses del estreno de la primera parte se resolvió que en total serían cinco películas y ese ensamble se nota. Hay dos partes en funcionamiento, la de los animales fantásticos a cargo de Newt Scamander, y otra que se vincula al ascenso del mago tenebroso del título, lo que será el combustible de las próximas entregas de la franquicia. El nexo entre ambas puede ser conflictivo, la anterior sorteó esas dificultades al concentrarse principalmente en el primer factor, con lo que esta tenía una parada algo más difícil. No se puede decir que salga airosa. La visita al mundo mágico por sí sola no alcanza. Puede que sea suficiente para los potterheads, de hecho a muchos les explotó la cabeza con las sorpresas del argumento, pero en términos cinematográficos dejó mucho que desear.
Salí de la sala con la impresión de que esta entrega tenía más en claro lo que quería ser, en vez de enfocarse en lo que es. Más bien, se la siente como un puente hacia lo que vendrá, como si se hubiera buscado ganar tiempo y esta no fuera más que una herramienta para presentar a algunas de las piezas claves del inminente juego. Dependiente al extremo de diálogos expositivos, es menos orgánica que su antecesora. De hecho hay toda una escena de cerca de 10 minutos sobre el final que no se puede creer que se haya hecho así, es anticlimática, desconcertante y deja a la película rengueando hasta el momento de los créditos.
Uno podía tener sinceras dudas respecto a cómo se iba a amalgamar a Newt Scamander, magizoologista, con toda la batalla entre el bien y el mal que se cocinaba. No perdió peso en relación a las apuestas más grandes que están en marcha, sino que afortunadamente se logra afianzarlo como el protagonista. Menor suerte corren otros de la entrega previa como Tina, Queenie, Jacob o Credence, subdesarrollados a raíz de que el guion de J. K. Rowling incluye muchas líneas argumentales y personajes que roban tiempo de calidad y foco. En una novela, indudablemente, podría funcionar mejor. En una película no.
Warner debió tragarse un sapo con Gellert Grindelwald. Teniendo a un Colin Farrell en el mejor momento de su carrera, se decidió hacerlo a un lado para la increíble revelación de que su auror no era otro que el mago oscuro encarnado por Johnny Depp, acusado de abuso doméstico y en el punto más bajo de su impresionante vida frente a cámaras. No hay posibilidad de esconderlo o disfrazar su cara con magia como antes, la única alternativa es la de convertirlo en el villano que la franquicia se merece. Y sin brindar una interpretación particularmente memorable –no se lo percibe como una real amenaza, dado que todo se patea para las próximas partes-, su personaje es uno de los puntos más fuertes e inspirados de esta secuela. No quedan dudas de que fue Grindelwald el principal foco de interés de esta continuación. No es Voldemort, que se manifiesta en cuerpo bastante entrados en la historia del joven mago –aunque su presencia estaba embebida en toda la saga-, porque aquí tampoco hay un Harry Potter. Gellert es el antagonista que Animales Fantásticos necesita, a pesar de Depp.
El héroe y el villano son dos de los personajes que se busca consolidar, así como también a un tercero, al mentor. Albus Dumbledore, de lo mejor que este universo mágico ha dado, aparece nuevamente en escena y Jude Law ofrece una destacada actuación en línea con lo que hemos llegado a conocer del director de Hogwarts en pantalla grande. Otra vez no se permite intervenir en forma directa, sino que deja que el trabajo esté en manos de sus jóvenes aprendices. Sin embargo, esta vez hay justificaciones para su falta de acción, con un convincente pero no excesivo desarrollo íntimo.
The Crimes of Grindelwald se puede ver y se lo hará, después de todo es una entrada más dentro de lo que es este exitoso universo. Se encontró una veta que explotar y que indudablemente es motivo de interés, como es la batalla contra el mago tenebroso que antecedió al Innombrable. Hay easter eggs, name-dropping de algún viejo conocido y demás que serán la delicia de los fanáticos. La ambientación de época y la oportunidad de recorrer distintas regiones mágicas del mundo sin duda es atractiva, se cae de maduro hablar de los magníficos efectos especiales cuando se trata de la décima película de la serie. Sin embargo, ya no está presente el sentido de asombro de la primera, lo que representaba la chance de volver a un mundo que se creía superado.
Es la sexta película de David Yates dentro de esta franquicia cinematográfica y su labor se ve condicionada por un guion convulsionado y recargado de nudos de la trama y vueltas de tuerca, que se introducen a presión y en forma poco natural. Probablemente consecuencia del pivoteo que se aplicó a medio camino para convertir la trilogía en pentalogía, a esta se siente que hay algo importante que le falta. Volviendo al título, en todas las historias de Harry Potter hay un «y». «Harry Potter y…», un MacGuffin, una búsqueda, un personaje, una misión, algo que da sustento a la gran historia que se desarrolla por encima, la de la batalla de los buenos contra las fuerzas oscuras. En la primera Animales Fantásticos lo tenían, había que encontrar a los que se escaparon y eso puso en funcionamiento los engranajes. En esta hay dos puntos, el Fantastic Beasts por un lado, The Crimes of Grindelwald por otro. Sin conexión entre sí, se siente inorgánico, intrascendente, impersonal. Los crímenes de Grindelwald seguirán estando presentes en las próximas entregas. Y esta no fue más que una tibia introducción a ellas.
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