Un conservador hombre de familia se ve forzado por el destino a enfrentar una situación inesperada que lo sacude hasta lo más profundo de su ser, revolviendo su vida y sus prioridades, empujándolo a olvidar sus creencias y los modos en los que entiende la vida para seguir el instinto más básico… el animal.
Es temprano en la mañana y comienza el ritual diario de la familia Decoud. Al son de música clásica extradiegética, la cámara ofrece un plano secuencia bien pensado que recorre los ambientes del hermoso hogar en el que viven, visita a cada uno de los integrantes y da cuenta de una armonía alcanzada por su repetición diaria. La vida de Antonio es perfecta, algo que logró tras décadas de esfuerzo y trabajo duro. Tiene un buen empleo, esposa e hijos que lo aman, una importante camioneta y una casa de lujo. Se ejercita, por supuesto que tiene tiempo para trotar por la bella Mar del Plata, y es en plena corrida que su mundo se detiene y se derrumba. Su rutina se ve completamente alterada luego de un evento imprevisto que lo sacude hasta los cimientos de su ser, algo que la campaña promocional logró mantener bien resguardado.
Su cuerpo falla desde el interior y de repente se encuentra en una situación imposible de controlar. Sin nada por hacer más que seguir el tratamiento, se pone en manos de médicos y de un sistema sostenido en la burocracia, una pasividad que lo desgarra. Tras un salto temporal aleatorio, pero totalmente justificado, Antonio está desesperado. El sistema no funciona y él se muere. Él, que hizo todo lo necesario para vivir una vida larga y próspera mientras se mantenía dentro de las líneas de la ley. Es entonces que algo se rompe. Animal dará pie a una espiral descendente, amarga y descorazonadora, en la que el protagonista se aferra como puede a la vida.
Antonio sufrirá eventos terribles, muchos buscados por él mismo, con decisiones reprochables que lo ponen en riesgo junto a todos los que quiere. Armando Bo tomó una buena distancia de su labor en El Último Elvis y aquí nos arrastra a un viaje hacia las profundidades, revulsivo pero absorbente, apenas aliviado por alguna cuota de humor negro. El realizador y su co-escritor Nicolás Giacobone hacen que su personaje central viva una miseria tras otra en su afán desquiciado por sobrevivir, exacto opuesto de lo que sucedía al comienzo. Decoud trata de recuperar el control de una existencia que se le esfuma entre los dedos y está dispuesto a lo que sea con tal de asirse a lo que todavía tiene.
Es chocante de ver todo lo que es capaz de hacer y provoca un fuerte rechazo el tipo de hombre en el que se convierte, arriesgándose con alternativas peligrosas propias de un demente. Es capaz de poner en juego todo lo que tiene. En la comodidad de la butaca uno frunce el ceño y juzga. ¿Qué tipo de vida quiere conservar? La respuesta de Bo y Giacobone es simple y contundente, totalmente coherente y en absoluta sintonía con lo que van a mostrar en sus casi dos horas. La suya. Sin adornos, sin aspavientos. ¿Por qué yo, que soy bueno e hice todo lo que debía a lo largo de mi vida, me tengo que morir?
Indudablemente peca de excesiva. Nos pone de frente a una situación extrema y da un certero puñetazo en la nariz del espectador, totalmente imprevisto. Antonio está al límite y salta por la cornisa sin red de contención. Se convierte en el animal del título, actuando más por instinto que con algo de raciocinio y en ese sentido es que provoca resquemor. Afortunadamente tiene a Guillermo Francella frente a cámaras para cargar con el peso absoluto de la propuesta y otra vez demostrar estar a la altura de las circunstancias. Lleva en su rostro los años de felicidad que se desvanecen y dan paso a una impotencia que descuaja. Carla Peterson ofrece una sólida compañía como su esposa Susana, pero quienes se llevan los aplausos son Federico Salles y Mercedes De Santis, como una pareja de marginales que entrarán por la ventana en la vida de Antonio y van a contribuir a poner todo patas para arriba. También se debe sumar la gran banda sonora de Pedro Onetto (Gilda, no me arrepiento de este amor), lo mismo que la fotografía de Javier Julia (Relatos Salvajes, La Cordillera), que muestra una Mar del Plata diferente, más oscura y lúgubre.
Animal es otro gran paso en la ya consagrada carrera de Bo y Giacobone, que confirma que el primero es un realizador que filma poco pero al que hay que seguir siempre de cerca. Bien pudo caer en el fango dramático de Alejandro González Iñarritu, es una película que tranquilamente podría haber ido en esa dirección, pero hay un compromiso con una realidad distorsionada que lo aleja de allí. Toda duda se despeja con el final, uno perfecto que resignifica toda mirada crítica que se pudiera tener hasta ese momento. Y es otra evidencia del gran presente en la carrera de Francella, que desde hace una década elige salir de su zona de confort y abrazar desafíos dramáticos con resultados notables.
[ratingwidget_toprated type=»pages» created_in=»all_time» direction=»ltr» max_items=»10″ min_votes=»1″ order=»DESC» order_by=»avgrate»]
Lo nuevo de Michael Mann retrata al creador de la mítica escudería.
Paul Giamatti protagoniza una de las serias candidatas al Oscar.
Sydney Sweeney y Glen Powell se juntan para intentar revivir las comedias románticas.
Hollywood se prepara para celebrar a lo mejor del año pasado.