Crítica de Alien: Covenant

Destinados a un planeta remoto en el lado lejano de la galaxia, la tripulación de la nave colonial Covenant descubre lo que creen es un paraíso inexplorado, aunque en realidad es un oscuro y peligroso mundo -cuyo único habitante es el sintético David, sobreviviente de la condenada expedición Prometeo.

Antes del estreno de Prometheus (2012), Ridley Scott tiraba una noticia que iba para el lado opuesto de las expectativas de los fanáticos: dicha película no estaría directamente relacionada con el mundo Alien, ergo, no los veríamos. Pero como un anuncio de la futura contradicción del realizador -forzado por aquello que dicta el mercado y el público-, la escena final enseñaba cómo el pecho de un Ingeniero se quebraba para dar paso a lo que todos reconocieron como un prototipo de xenomorfo. En Alien: Covenant, el bueno de Ridley da rienda suelta al mundo de los alienígenas más queridos y siniestros de la cultura pop, con la primera película de lo que podrían llegar a ser tres más y que unirán el origen de este universo con la de 1979.

Y así como Scott no puede soltar a los xenomorfos, tampoco puede dejar de lado a los personajes y conflictos de los dos mejores films de su mundo, el original y Aliens (1986), la última dirigida por James Cameron. El director no postula nada nuevo en cuanto a la fórmula tripulación – planeta desconocido – amenaza, la trama se va desarrollando casi sin esfuerzo frente a un espectador que encuentra en lo nuevo lo desconocido, en lo que refiere al film de fines de los ’70.

En cuanto a lo que el británico decide tomar de Aliens, se encuentra la estética visual tanto en lo referido a lo militar como al banquete de sangre que la raza alienígena se hace de un grupo de científicos que se ven atrapados y sin ninguna comunicación. Vale hacer mención a la muy efectiva banda sonora compuesta por un Jed Kurzel que sabiamente decide volcar a su partitura los rasgos distintivos de aquellas compuestas por James Horner y el gigante Jerry Goldsmith. Por otro lado, se evidencian claros homenajes que perjudicialmente actúan en la resolución y los giros del último acto. Que el espectador conozca la receta provoca que el film juegue constantemente en contra de aquello novedoso que puede ofrecer.

Es por esto que el foco más valioso y logrado es aquel que comienza con relativo éxito en Prometheus pero que aquí toma gran significado a partir de conocer el fundamento de los seres; el concepto en efecto es quién los crea y el libre albedrío del ser humano. Desde la primera escena que retoma al androide humanizado David (Michael Fassbender) junto con su hacedor, Peter Weyland (Guy Pearce), a través de un flashback que ejecuta la necesidad que el mismo David deberá resolver.

Ahora bien, Scott alega una obligación de volver a las raíces, por lo que a consecuencia de ello la constante aparición de los xenomorfos destruyen la expectativa y tensión que los distingue. La masacre que se sucede desde un poco antes de la mitad de la película da pie a la exhibición sobrecargada de los aliens, más propio de un relato de acción que del siniestro suspenso que abarca a la mitología. A pesar de esto, Covenant cumple el cometido que estipula su director y creador: organizar un relato que describa el comienzo de los seres en principio terroríficos pero con una cuota de tormento y sufrimiento, una nueva dimensión arraigada a su naturaleza.

Alien: Covenant supera a su antecesora, regresa el terror a los pagos espaciales y logra articularse dignamente con la mitología iniciada por Alien y continuada magníficamente por Aliens, solo que al repetirse y volverse predecible su valor termina recayendo en la ampliación histórica y no en algo novedoso que podría narrar o personajes que logren llamar la atención del público. Más claro que el agua, Ripley hay una sola. Aún así el camino sigue abierto para las secuelas, las ganas de recorrerlo prevalecen porque el universo sigue siendo una incógnita y un referente de la cultura del terror contemporáneo.

 

 

 

 

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Matías Carballa

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