Crítica de Acusada

Dos años después del crimen de su mejor amiga, Dolores es la única acusada en un caso de gran exposición mediática que la ha puesto en el centro de la escena. Ella se prepara para el juicio aislada en su casa, mientras su familia funciona como un equipo dispuesto a todo para defenderla.

¿Culpable o inocente?

Seis años después de su auspiciosa ópera prima Villegas, el director Gonzalo Tobal explora un terreno completamente diferente con Acusada, thriller judicial que viene de una presentación en la Sección Oficial del Festival de Venecia. Lali Espósito encabeza el equipo frente a cámaras de este proyecto nacional de alto perfil, uno que se suma a las filas de los recientes estrenados en el mes de agosto (El Amor Menos Pensado, El Ángel, Mi Obra Maestra, La Quietud). Sin ser un título completamente redondo, es uno que aborda con destreza los distintos tópicos que se desprenden de un crimen mediático y que logra mantener tanto la tensión como la intriga hasta los minutos finales, con un resultado más que aceptable.

Dolores Dreir es la única acusada por el crimen de su amiga Camila, ocurrido dos años atrás. En libertad a la espera del juicio, se pasa sus días confinada al hogar familiar, sin acceso a Internet –para que no vea cosas que la alteren- y con la ocasional visita de una amiga que confía en su inocencia. Se prepara para el proceso, asesorada por los especialistas de un prestigioso estudio de abogados que diseñó la estrategia para lograr una sentencia favorable. También asisten a su familia, quienes pusieron su vida en suspenso de cara al litigio. En apariencia inspirado por el caso de Lucila Frend y Solange Grabenheimer –aunque no se lo reconozca-, tiene en su núcleo un brutal asesinato y un proceso judicial traumático, pero florece a la hora de explorar todos los aspectos que se derivan de allí.

La inocencia o culpabilidad de la protagonista es una duda que se mantiene hasta el final y la mirada del espectador oscila entre una condición y otra gracias a las pruebas o falta de ellas en el caso, en lo que es la defensa de sus abogados o la acusación del fiscal. Más allá del juego de engaños, es más atractivo de ver el impacto demoledor que un caso de estas características tiene en una familia de clase media alta, una mancha venenosa que impregna cada una de sus interacciones y que ha alterado para siempre sus vidas más allá del resultado. Espósito tiene un perfil que se ve más favorecido por la comedia, pero sale bien parada de esta incursión en lo dramático. Después de todo está bien rodeada por su elenco, con una gran labor de un Leonardo Sbaraglia que sigue afianzado como una de las caras fuertes de la cinematografía nacional, así como con sólidas interpretaciones de Inés Estévez, Gerardo Romano y un Daniel Fanego de un 2018 destacado, con labores en El Ángel y El Marginal II.

Tan importante como el golpe en el seno familiar, se hace una mirada sobre lo que implica un evento así en la vida de una joven recién salida de la adolescencia, tanto en lo personal como en lo público. Presa en libertad, la película se instala con inteligencia dos años después de consumado el hecho y carga a su protagonista del peso que ha tenido todo este tiempo en su vida, que dio un vuelco. Hay pruebas en su contra pero ninguna parece ser concluyente, con lo que es cosa del periodismo y la opinión pública el hacer conjeturas sobre si es responsable o no. El rol de los medios se pone bajo la lupa, con una pequeña participación de Gael García Bernal que aporta a la tensión, con lo que el entrenamiento no es solo para conducirse en el juicio sino también frente a las cámaras, que pueden signar la suerte de una persona en base a cómo se desenvuelve frente a ellas. Y todo ello fomenta la incógnita en torno al personaje de Dolores, anestesiada ante un público que ya tomó una decisión y que se siente más allá del fallo: solo quiere que esta odisea legal se termine.

Hay un gran trabajo de fotografía acorde al tipo de proyecto de alto perfil que es, lo mismo que un gran uso de la música. Hay flashbacks hacia su vida pasada, hacia el día en que todo cambió. Suena brevemente «Eyes without a Face» sobre un reguero de sangre y se quiere ver más de lo que ocurrió, pero la cámara manipula para no ser definitiva. Todo sirve para fortalecer la duda en torno a ella -lo mismo que la metáfora en el cierre-. Así la resolución de lo que pasó se siente forzada, sin un impacto potente porque lo que le interesa a la película es el futuro de la acusada, su familia, el juicio, la televisión.

La protagonista carga una culpa evidente pero que elige callar ante todos, tanto sus padres como su equipo de abogados, con lo que la sentencia que decida su vida será cosa de abogados. De esta manera, en pos de mantener en vilo al espectador por la causa, se sacrifican elementos dramáticos. A fin de cuentas, ni a sus progenitores ni a su equipo legal le importa lo que pasó hace dos años, solo quieren un resultado favorable. Tobal lo obtiene y da otro paso sólido en su carrera, con el que demuestra estar preparado para trabajar en ligas mayores. Solo hay que esperar que no se demore otro lustro en estrenar su próximo proyecto.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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