Crítica de A Wrinkle In Time

Meg y su hermano Charles Wallace viajan junto a su amigo Calvin a través del tiempo y el espacio con el fin de llevar a cabo una importante misión: encontrar a su padre, un científico que desapareció mientras trabajaba en un misterioso experimento del Gobierno.

Historias son pocas, relatos los hay infinitos, por lo que Disney vuelve a recurrir a los arquetipos que le valieron el nombre, esos de viajes maravillosos, búsquedas, bien contra el mal, mezclando realidad y fantasía. Por esto es que posa sus ojos sobre la novela de Madeleine L’Engle escrita en 1962 para traer A Wrinkle In Time, que de la mano de Ava DuVernay se convierte en el primer film de la historia con un presupuesto de más de 100 millones de dólares que dirige una afroamericana. Sin embargo, la producción no logra ni una pizca de la calidad de los clásicos pertenecientes al estudio del ratón, con un viaje mágico que se torna aburrido y naif.

Aún siendo un relato que definitivamente no concuerda con los tiempos que corren, debe decirse que el principal problema del film no radica allí sino en factores más preocupantes que comienzan por el montaje; sí, algo erróneamente poco mencionado en este tipo de análisis. Si es excelente casi no se hace notar, pero cuando falla estrepitosamente como en este caso los errores se ven, por ser grandes culpables de sacar al espectador de la diégesis con cortes demasiado constantes y mal ubicados -entre varios de los desperfectos-, de forma que hicieran parecer que importa muy poco lo que un plano tiene el potencial de narrar.

Otro de los grandes errores recae más precisamente en DuVernay y su dirección recargada y efectista. Los personajes son poco atrayentes dado su carácter amargado, como es el caso de Meg, o entusiasta, el pequeño Charles Wallace. La cineasta enfatiza en sus estereotipos y con sus dos protagonistas no logra ninguna empatía con el público, menos que menos lo hace con aquellos que completan el conjunto de insoportables personajes.

Un film que por supuesto abusa de la imagen digital y divaga en baches narrativos, sin que se experimente la tensión dada por el preguntarse si el personaje logrará su objetivo o no. Desde el comienzo, es conocido el camino que llevará a una resolución obvia. DuVernay, en otro orden de cosas, recurre al videoclip como forma de explicar la trama, recurso burdo que al mismo tiempo dificulta la construcción orgánica del mundo narrado.

Con las cartas que portaba A Wrinkle In Time, puede no hablarse de fracaso económico -el fin principal por el cual luchan los productores en Hollywood-, pero si de un resonante fracaso narrativo en un film que queda en el olvido. Deberá verse qué piensa el público infantil, el sector al que se dirige esta producción.

 

 

 

 

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Matías Carballa

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