Sigue la historia de una familia que vive en una casa en el bosque cuidándose de no emitir ningún sonido. Si no te escuchan, no pueden cazarte...
Los primeros minutos de A Quiet Place confirman que no estamos ante una película corriente. Es cine de género hecho en un gran estudio, pero desde el comienzo lleva a que sus protagonistas atraviesen una situación demoledora a la que otros proyectos no se animan siquiera a insinuar. Abre con brutal confianza, sabiéndose una ganadora. Emitir un sonido implica una muerte violenta y bajo esa condición ha debido vivir la familia Abbott, durante los meses que siguieron a una invasión extraterrestre que no requiere explicación. Buena parte de la humanidad se ha visto borrada de la faz de la Tierra a raíz de este implacable ataque sin precedentes, con lo que la supervivencia está ligada a una simple regla difícil de cumplir: no emitir un sonido. Y eso es todavía más arduo si uno se refiere al lenguaje cinematográfico, tan acostumbrados a películas que se sostienen en el diálogo o en el refuerzo permanente de la música, sin embargo John Krasinski hace una labor fenomenal para que la suya viva a la altura de su premisa.
En su tercer film como realizador, el hombre mejor conocido por interpretar a Jim Halpert en The Office nos entrega una pieza en la que saca a relucir todo su talento detrás de cámaras. Las comedias dramáticas Brief Interviews with Hideous Men y The Hollars poco habían hecho para demostrarlo, pero es aquí donde se consolida como un director a tener en cuenta, que además cumple funciones de co-escritor y protagonista. Su capacidad queda plenamente comprobada cuando se ve que exprime al máximo todo el potencial de su planteo original. Estas criaturas veloces y virtualmente indestructibles, ciegas pero preparadas para arrasar con cualquier ruido más fuerte que un susurro, se convierten en temibles antagonistas a los que no se puede hacer frente, sino solamente evitarlos.
Hacer ruido es parte de nuestra naturaleza, con lo que la supervivencia es considerablemente difícil. El principal logro de Un lugar en silencio, entonces, es el respeto y dedicación con el que se sostiene la bandera del título. El sonido se ha convertido en amenaza, de manera tal que hay que encontrarle la vuelta para vivir callado, sin hacerse notar. No se toma ningún atajo y eso es realmente meritorio. El lenguaje es de señas, incluso bajo la aparente seguridad del techo hogareño, se camina descalzo y preferentemente sobre un sendero trazado con arena, no se utiliza vajilla sino que se come con la mano y con hojas como platos. Hay tal compromiso en la construcción de este nuevo mundo que el espectador de inmediato se ve sumergido en él, atento a la más mínima molestia en la sala que altere el seguro sigilo. Es notable el trabajo que se hace con el sonido, especialmente con su ausencia. En su atmósfera hay una tensa calma, que se romperá en contadas ocasiones. No se recurre al efectismo de los sustos imprevistos, mantiene los pelos de punta a lo largo de todo su metraje a la expectativa del momento en que el silencio se quebrará.
Krasinski, que alguna vez pudo ser el Capitán América, en los últimos años dio pruebas de poder tomar considerable distancia del humor cuando el rol así lo requiriera y aquí tiene una presencia estoica encomiable, pero es Emily Blunt quien se lleva los premios. La inglesa, esposa del otro también en la vida real, ofrece una actuación poderosa como la madre de una familia atravesada por esta invasión, que no tiene otra misión más que proteger a sus hijos. Toda la dimensión de su interpretación queda demostrada en una escena, aquella sobre la que giró buena porción de la campaña publicitaria, en la que su embarazo le trae dificultades en el momento más inoportuno, desgarrada por dentro e incapaz de emitir palabra. Con la vida llegaría la muerte y su rostro amalgama en forma ideal esa dualidad, con una mezcla de dolor incontenible, pánico y nerviosismo. Ambas figuras están bien complementadas por quienes encarnan a sus hijos, dos niños actores que ya han hecho buenas labores previas como son Noah Jupe (Wonder, Suburbicon) y Millicent Simmonds, joven sorda que tuvo su debut en Wonderstruck. Esta última, detrás de la sordomuda Regan, es la razón por la que la familia pudo sobrevivir por tanto tiempo –el lenguaje de señas ya era parte de la cotidianidad- y ofrece una adición potente al estimular todavía más la dimensión sobre la que se puede trabajar con la falta de sonido.
La banda sonora de Marco Beltrami (Logan, Snowpiercer) a veces rompe con ese rico silencio, pero la música se usa en algunas instancias bien justificadas. Apoyado en un guión construido con inteligencia, en el que trabajó con Bryan Woods y Scott Beck, Krasinski se arriesga al cine de género –hay terror, ciencia ficción y un drama familiar- y demuestra maestría. Entrega una de las propuestas más originales del último tiempo por el hecho de rehuir a uno de los principales recursos que el cine ha tenido en toda su historia. Se calza el traje de M. Night Shyamalan para darnos un film en la línea de Signs pero mejor, un thriller de horror contenido y minimalista, que entiende las convenciones del género y que ejecuta su concepto a la perfección.
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