Es un drama acerca de un joven que intenta sobrellevar la enfermedad de su madre y el abuso de sus compañeros de clase al escapar hacia un mundo fantástico de monstruos y cuentos de hadas, que lidian con el coraje, la pérdida y la fe.
No hay persona que no esconda sus propios secretos, miedos, odios. Sus propios monstruos. Inclusive los niños más solitarios y dolientes, quizás más potentes al no poder apoyarse. Estos monstruos son temibles si deben ser liberados. Para A Monster Calls, estos que nos asolan deben ser soltados por ser el único camino para amenizar la vida, apoyarse en el otro y resistir con la cabeza alta todos los embates que plagan el camino.
Conor (Lewis MacDougall) es uno de estos niños solitarios, que vive ensimismado en su propio mundo. Pero este no es uno feliz, sino una pesadilla relacionada a la condición de su madre adolecida por una enfermedad terminal. Conor es un bicho raro y causa de esto es su carente capacidad de relacionarse con su entorno. Un tema así describe y desarrolla perfectamente cómo podría sentirse un niño preadolescente en una situación como esta, y sin embargo el relato decide poner su énfasis narrativo allí en lo que siente el niño y que ya conoce el espectador. Por lo tanto es que, desde la introducción a la resolución del conflicto, toda la información y transformación de los personajes resultará reiterativa.
El film procede de una forma clásica, uno hasta diría trillada, lo que acentúa la redundancia al punto de aventurar el final mucho antes de su acontecer. Inclusive hasta en su forma de mostrarse. No obstante, el director Juan A. Bayona evita apelar a excesivos golpes bajos en lo que refiere a la enfermedad de la madre de Conor (Felicity Jones). Un argumento así bien podría ser acentuadamente trágico, pero aquí el peso dramático de los acontecimientos no logra percibirse. En lugar de sentirse inmerso en el drama se logra por el contrario distanciarse, independientemente de que el bello trabajo en la fotografía estreche esta relación a partir de planos más cerrados, sumándose a la taciturna y emotiva banda sonora de Fernando Velázquez.
Donde más falla el trabajo del guión y dirección es en uno de los tópicos troncales y el que le da el título a la obra: el monstruo. Indiferentemente de que existe una gran articulación visual entre el mismo y la imagen real, esta no se traslada a la importancia que debería tener para la trama, más aun el padre del chico que ilógicamente brilla por su ineficacia en el asunto. Logra entenderse la relación entre el monstruo y Conor pero jamás se capta ese papel decisivo, esa representación del interior del niño. Si el monstruo es indispensable para el niño, en el film no se logra especificar; incluso se percibe como si su presencia en el relato estuviese injustificada.
Muy a pesar de lo ampulosa y apática que resulta la narración, cabe destacar la interpretación de Lewis MacDougall, quién es capaz de dotar al niño de todos sus conflictos interiores y mantenerse en ese límite que separa al pequeño introvertido con su monstruo. A Monster Calls es correcta, con un guión clásico que no funciona del todo y con un buen despliegue técnico. Una historia así suele andar como fábula o dejar alguna moraleja, aunque el film no lo hace. No por su tema sino por lo que elige narrar, con un final que el espectador conoce al comenzar el relato. El mismo comienza con una pregunta que encuentra su respuesta en el último segundo, una respuesta ya sabida.
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