La oferta en televisión cada vez es más diversa, con lo que los televidentes somos cada vez más exigentes. Actualmente no solo esperamos que nos entretengan, sino que lo hagan con inteligencia, ritmo y humor, además de que somos cada vez más rigurosos con la calidad técnica de una producción. Infelizmente, Living with Yourself consigue todo esto a medias y se queda corta en varios aspectos, más allá de que aborde temas poco explorados en la pantalla chica.
Cómo vivir contigo mismo fue creada y escrita por el ganador del Emmy Timothy Greenberg (The Daily Show with Jon Stewart), y dirigida por Jonathan Dayton y Valerie Faris (Little Miss Sunshine), lo cual juega a favor de la serie con sus maneras algo indies y más cercanas al corazón que al cerebro; aunque todo comience con una trama de ciencia ficción. La serie es una producción original de Netflix y presenta para su primera temporada un total de 8 episodios de, aproximadamente, 25 minutos de duración cada uno, lo cual hace que el programa sea sencillo de ver.
El protagonista es, en principio, Miles (Paul Rudd), un ejecutivo publicitario que no pasa por su mejor momento, ni en el trabajo ni en casa; un hombre que está quemado por la vida, pues ya nada lo complace. Antes era una persona vivaz y divertida que, con los años, ha ido amargándose bajo el peso de la rutina y las responsabilidades, hasta convertirse en un gruñón deprimido. Por sugerencia de un colega decide depurarse en un spa hiperexclusivo, Top Happy, cuyos servicios consisten en reconstruir su ADN mejor que nunca, es decir, convertirlo en una versión mejor de sí mismo. De este modo, su «otro yo» es la viva imagen del éxito: original, inteligente y lleno de energía, tiene las ideas más creativas para la empresa de marketing en la que trabajan y consigue hacer reír a Kate, su mujer, por primera vez en mucho tiempo. A partir de acá, veremos cómo estos dos personajes iguales lidian con el hecho de compartir la misma vida. Sin duda una premisa interesante que tiene aspectos a favor, pero también otros en contra.
A favor
Cómo vivir contigo mismo funciona al jugar a sorprender, saliéndose de lo previsible cuando la ocasión lo requiere. Es notorio -tal vez demasiado- cómo se esfuerza por alejarse del cliché de este tipo de historia y lo hace bastante bien, más de uno se sorprenderá al intentar proyectar desenlaces sin atinarle.
El guion de Greenberg se muestra preciso y afilado, llevando la serie en la dirección prefijada y sin que sus cambios de tono resulten bruscos. Puesto que no solo estamos hablando de comedia y ciencia ficción, sino también de una especie de paranoico thriller conspiratorio y de un drama. Estos cambios de género se dan de manera fluida pero perceptible, lo que a la vez le juega un poco en contra.
Living with Yourself empieza de manera fulgurante. Greenberg entiende lo que tiene entre sus manos y es capaz de sacar partido en las primeras páginas del guion. Mantiene una atractiva tensión a un momento tan imposible pero que llega a provocar al espectador cierta incomodidad: conocer la reacción de Miles cuando se da cuenta de que tiene una versión mejorada que se está apoderando de su vida.
La serie sabe explotar el recurso fácil de mostrar cuál es el punto de vista de cada uno de los personajes (Miles, su clon y Kate) frente a los mismos eventos o acontecimientos: un Miles derrotado frente a la vida que encuentra un entretenido contrapunto en su homónimo divertido y virtuoso, con ganas de comerse el mundo. Esto funciona muy bien al inicio, sin embargo, al ir avanzando en la serie se vuelve repetitivo, restándole fuerza.
En contra
Por infortunio, todo el potencial que insinúan los momentos de «Paul Rudd por duplicado» y la surrealista presentación del spa en el primer episodio no acaban de despegar en el resto de la serie, que podría haber ofrecido bastantes más momentos cómicos e incluso absurdos, pero parece quedarse corta en esa faceta, quizá por un problema de presupuesto o simplemente porque prefirieron no arriesgarse.
Además, la narración tira mucho del recurso de volver atrás en el tiempo para explicar los mismos acontecimientos desde la perspectiva de cada personaje. Eso puede resultar interesante en un capítulo suelto, pero aprovechado de manera constante hace que el progreso de la historia se entorpezca demasiado y no se acabe por avanzar tanto como se debería en ocho capítulos, incluso volviéndose repetitiva, tediosa y hasta aburrida, pues muchas veces las secuencias en flashback de un personaje se repiten respecto a otro.
Cabe señalar que ya existían narraciones parecidas a esta -cómo olvidar Multiplicity, con un genial Michael Keaton– y en ellas la constante suele ser una continua confusión motivada por la duplicidad del personaje; y aquí apenas se ve la punta del iceberg en ese sentido. Lo mismo sucede con los personajes secundarios. Se nota que los directores querían presentar unos acompañantes que rayaran en lo surrealista, pero solo se usan en momentos muy concretos y, como espectadores, nos quedamos con ganas de verlos más.
El problema del libreto es que es muy cobarde. Le cuesta avanzar en la historia e insiste en volver al pasado constantemente para explicar elementos innecesarios que no aportan nada a la trama. Esta esconde una intención absurda de autoayuda que nadie ha pedido y es justo aquí cuando el espectador se aburre, porque se evidencia que esto no consiste en explorar el siempre interesante concepto del doppelgänger (doble maligno de un personaje). Finalmente, los directores relegan una genial idea a otra lección sobre lo que vale el esfuerzo y el aprecio por lo que se tiene y demás, algo que está lejos de ser original.
También, la serie se empeña en seguir el único hilo del que termina por depender: la esposa de Miles, Kate. Cuando ya no hay nada más que hacer con el doble Rudd, Greenberg decide explorar lo que perturba a la compañera del protagonista. Sin embargo, termina ahogándose en un camino sin salida en el que se abandona la comedia por completo, haciéndola una producción algo esquizofrénica. Pues Cómo vivir contigo mismo está inicialmente planteada como una comedia absurda y su premisa inicial invita a ello; pero la falla la encontramos al ver que el resto de los elementos técnicos no acompañan a esta idea. Es cuando el tono cómico se pierde entre tanta trama confusa y, en algunas ocasiones, incluso juega a ser misteriosa creyendo tener una historia más interesante en cocción. Se nos plantea entonces una subtrama conspiratoria que nada tiene que ver con el género y que tampoco se llega a solucionar. Una muestra más de que a este guion le faltaba una vuelta de tuerca.
Además de un (invisible) despliegue de efectos digitales, Living with Yourself es una exhibición actoral de Paul Rudd, pues hace un fantástico trabajo y en general se pone la serie sobre los hombros. No se puede negar el carisma de este actor, a quien da gusto de ver. Además, hay un gran trabajo de peluquería y vestuario: el Miles «malo» lleva el pelo (des)peinado hacia delante y viste ropa demasiado holgada, mientras que el «bueno» se peina orgullosamente hacia atrás y ha rescatado sus mejores camisas, siempre bien metidas dentro del pantalón. El diseño de los dos personajes principales está muy bien, pues implica una doble composición que se basa también en gestos, matices emocionales y un tratamiento psicológico nada superficial. Ver en el mismo actor a dos personas diferentes, pero «iguales» a la vez. Esto no solo se logra, sino que se disfruta.
Respecto a la banda sonora, es buena y contagia, lo malo es que dota a la serie de un ritmo frenético que no tiene.
Conclusión
Living with Yourself es una simpática producción que juega por duplicado con el encanto de Paul Rudd, aunque no acaba de desatar todo su potencial. A pesar de todo, la ligereza de los episodios y los momentos con el protagonista y su clon hacen que se la vea sin volverse pesada y hay algunos mensajes interesantes detrás de la historia, pero es inevitable pensar que el conjunto se ha desarrollado a medias.
Finalmente, Cómo vivir contigo mismo tiene un guion poco trabajado pero muy ambicioso, lo que la hace una decepción, pues promete mucho más de lo que es capaz de dar. Los dos primeros episodios son muy interesantes y nos dejan con mucha expectativa. Sin embargo, no es capaz de alargar tanto una original premisa que finalmente se convierte en una obligación para el espectador, terminarla por mero trámite. Aún con todo, la serie se deja ver y tiene algunos momentos divertidos sustentados en un gran Paul Rudd. Por lástima, el paquete final no alcanza a alejarla de la cotidianidad televisiva, ya que no es más que otra historia con moraleja barata que pasará a formar parte del fondo de armario de Netflix.
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