Looper es una gran película de ciencia ficción, con algo de noir y western, pero a pesar de lo mainstream de la producción, el destino de clásico de culto parecería ser el que le espera. De hecho su director, Rian Johnson, detenta esa misma categorización. Estas líneas apuntan a echar algo de luz sobre su breve filmografía y sus cualidades como autor, que convergen en este relato de género sumamente original.
El primer registro que se tiene de este realizador es un corto de 1990 titulado Ninja Ko, The Origami Master, una divertida propuesta como un juego de secundaria en la que un agente especializado en el arte japonés logra acabar con cualquier enemigo siempre y cuando tenga un fragmento de papel entre sus manos. Su carrera continuaría en un terreno más convencional como es la escuela de cine, con un proyecto de 8 minutos que marcaría también el debut de su colaborador habitual, el director de fotografía Steve Yedlin. Llama la atención como lo único que podría interpretarse como una adaptación o una pieza que no tiene su raíz en el mismo Johnson sea este cortometraje de 1996, en su época de estudiante. Un tiempo más propicio para la innovación y el riesgo, algo que un título como Evil Demon Golfball from Hell!!! promete y mucho, encuentra en esta hipérbole que remite a producciones de terror de los \’50 y \’60 una suerte de versión moderna de El Corazón Delator de Edgar Allan Poe. Un relato de suspenso quizás, hoy por hoy, algo gastado, todavía logra destacarse por el uso de efectos visuales de ínfimo presupuesto, algo que también se pondría de manifiesto en su ópera prima, Brick.
En el 2005 con Joseph Gordon-Levitt, que si bien había crecido frente a cámaras, se encontraba en una etapa de transición hacia roles juveniles de madurez, se estrena su primera película que lo tendrá como protagonista. En la línea de las novelas de detectives de Dashiell Hammett (El Halcón Maltés), se trata de un drama que gira en torno a estudiantes y que se desarrolla en perímetros de la escuela, pero que en ningún momento asiste a clase. Alumnos y profesores se ven involucrados en una trama de narcotráfico en la que un joven devenido en investigador se propone desenmascarar a todo aquel detrás de la muerte de su ex novia. Su estilo distintivo de policial negro –diálogos fuertes, encuentros peligrosos, el riesgo físico y psíquico del seductor protagonista, la sordidez, el bajo mundo- y su ambientación tanto espacial como temporal –hay celulares pero casi toda comunicación se hace por teléfono público-, hacen de Brick una anomalía de la época. La originalidad de la historia, la riqueza de su guión, las aspiraciones estéticas de Johnson y la actuación de un Gordon-Levitt que empezaría a demostrar estar listo para roles nuevos, hicieron de este un paquete que tendría buena acogida para aquellos dispuestos a encontrar nuevos talentos. Aún con las dificultades del enrevesado argumento, que si bien sostiene la tensión de a ratos pierde a cualquier espectador atento, marcaría una pauta sobre un realizador sin temor a hacer logradas piezas de género de bajo riesgo financiero.
Del debut cinematográfico con menos de 500 mil dólares, Johnson pasaría a manejar un jugoso presupuesto de 20 millones para The Brothers Bloom, de la que se podría decir que supondría su primer paso en falso. La misma, una historia de comedia y aventura centrada en dos hermanos que son los mejores timadores del mundo, no sólo recibiría críticas mixtas, sino que representaría un fracaso de taquilla con una recaudación 10 veces menor a su costo. Lo cierto es que es una película fresca y divertida cargada de secuencias geniales –la apertura en la infancia y la presentación de Rachel Weisz justifican por sí solas que se la vea-, con locaciones europeas envidiables, que padece de lo mismo que ocurrirá con Looper, un tercer acto que se desinfla y pierde su potencia.
Tanto Brick como The Brothers Bloom marcan a las claras la filmografía de este realizador, un hombre favorable a jugarse, que conoce bien de géneros. Ni siquiera lo que ha dirigido en televisión escapa al análisis, con dos episodios experimentales de Breaking Bad en su haber –Fly y Fifty-One– que obligan a segundas lecturas, siendo que al menos el primer capítulo que tuvo a su cargo es, por excelencia, el que ha dividido tajantemente a las audiencias a lo largo de cinco temporadas.
Rian Johnson es un director de aquellos que Hollywood necesita no sólo por la originalidad de sus propuestas, sino también por la forma con la que todavía trabaja. Aún con un costo de 30 millones, el de Looper es considerado un bajo presupuesto, especialmente si se tiene en cuenta que se trata de una película que se ambienta en dos épocas, un futuro cercano y un futuro lejano. A la hora de la producción, este se rodea de un sólido equipo técnico que le permite obtener mucho desde muy poco y trabaja junto a sus actores en forma tal de que sus interpretaciones sean lo más realistas posibles –las prótesis faciales de Gordon-Levitt que dejan de notarse, los innumerables hobbies de Rachel Weisz-. De esta forma, el director consiguió con su última película uno de los mejores exponentes en años de un género que siempre corre peligro de extinción, una sólida propuesta de ciencia ficción que ha tenido un recorrido notable, desde la primera imagen que se presentó en su campaña de difusión hasta el correspondiente estreno. Espero entonces en 30 años seguir viendo proyectos personales y cuidados de directores como Johnson, con pretensiones artísticas más que comerciales, con ideas originales en tiempos dominados por las adaptaciones, nuevas versiones y segundas partes. El cine necesita loopers.