Brian De Palma: travestir la mirada

Algunas líneas sobre el cine del aclamado cineasta.

«Soy fruto de los ’70, con fuertes sentimientos en contra de la degeneración ética de América en los últimos 40 años. Todo comenzó con el asesinato de Kennedy, pero luego vino Vietnam, el Watergate. Nos hemos convertido en una sociedad avariciosa y arrogante, motivada por el éxito y el dinero. Mis películas se mueven en un mundo corrupto dentro del que mi personaje trata de encontrar un marco moral en el que trabajar»
Brian De Palma

A comienzos de la década del ’80, Brian De Palma dejaba de ser una promesa y se convertía en una realidad cinematográfica. Un realizador de clase, fiel heredero de Alfred Hitchcock y de Darío Argento, ya contaba en sus espaldas con films de la talla de Carrie (1976). El autor se posicionaba en el horizonte fílmico como el cineasta más requerido a la hora de hacer suspenso y terror psicológico y, gracias a su concepción de ambos géneros, sentaría las bases para la evolución de ambos en los modelos del policial moderno y del thriller erótico.

Perteneciente a la famosa generación de «nuevos» directores norteamericanos independientes que nacieron en los años ’70, De Palma pertenece a la camada neoyorkina que habitan Francis Ford Coppola, Bob Rafelson, Martin Scorsese y Woody Allen. Sin embargo, el enorme peso que cierta porción de la crítica ejerce en la injusta valoración de sus obras, ha limitado su legado. Los clichés de «imitador» que la crítica especializada puso sobre De Palma subjetivizan la mirada de un autor declamado por cierto sector de la prensa. Ingrato tratamiento para quien abriría nuevas puertas a una dimensión hasta entonces desconocida, donde el miedo y la sugestión tomaban formas tan polémicas como perturbadoras y excesivas.

Dressed to Kill (Vestida para Matar, 1980) es, hasta el momento, el film más maligno y a la vez más censurado en la trayectoria de De Palma, resultado de una controversial y explicita combinación de sexo y violencia. Al autor le bastan un par de escenas ambientadas en la noche neoyorkina para comprobar la mano de un cineasta dúctil y efectivo a la hora de transmitir terror bajo su concepción del género como algo macabro, secreto y tenebroso. El film es un inquietante viaje de suspenso con sobresaltos permanentes a lo largo de su desarrollo y está concebido como una exploración que se dirige hacia los límites del sadismo.

Esta película sigue la línea de la oscura Cruising (Cacería, 1980), que el propio De Palma escribió para luego abandonar un proyecto que caería en manos del efectivo William Friedkin. Entre persecuciones, relatos paralelos, flashbacks y asesinatos, De Palma recrea una atmósfera ominosa y envolvente, donde el peligro se palpa en cada escena, puro virtuosismo cinematográfico y riguroso ejercicio formal de puesta en escena.

Si Obsession (Obsesión, 1976) remitía a la espectacular Vertigo (Vértigo, 1958), es difícil no encontrar paralelos entre Vestida para Matar y la inolvidable Psycho (Psicosis, 1960). Son versiones modernas, y con sus licencias, del inconfundible legado hitchcockiano. Incontables guiños pueden observarse, como marca ineludible de su devoción por el autor británico. Más allá de estos rasgos narrativos que el realizador toma prestados con notable ligereza, su concepción del género posee el suficiente peso propio como para convertir su obra en un objeto de estudio.

Dressed to Kill se constituye como una propia revisación de la obra de Brian De Palma. Como rasgo autoral, vuelve a insistir sobre elementos muy comunes en su cine: la sugestiva figura del doctor desquiciado (Sisters, 1973) y los espejos que aluden constantemente a la dualidad psicológica de los personajes (Carrie, 1976). Mientras tanto, la pulsión sexual femenina se convierte en una búsqueda obsesiva del placer casual, que colocaría al film el dudoso cartel de misógino que arrastraría otra joya posterior: Body Double (Doble de Cuerpo, 1985). Constante juicio de valor que, con alevosía, atenta frente a cada nueva obra del incomprendido autor.

Direccionar la mirada de una forma maniquea y viciada se convierte, entonces, en un cliché analítico del propio cliché argumental, que no empaña la brillantez de este sórdido y ambiguo paradigma de género.

En Blow Out (El Sonido de la Muerte, 1981), nos encontramos frente a un gran ejemplar de suspenso, con el sello característico de su exquisito director, donde conspiraciones e intrigas inundan el relato y lo hacen narrativamente complejo. Amado por los fanáticos del género y considerado autor de culto, De Palma carga consigo el enorme peso de la exuberancia con la que concibe un estilo tan transitado y repetido.

Si bien subestimado en su tierra de origen, De Palma interpreta casi a la perfección la máxima de Alfred Hitchcock, quien definía y diferenciaba sorpresa de suspenso, dos factores primordiales a la hora de generar tensión. Para estos fines, climas y tiempos del género son reinventados por el ojo de un gran observador, quien nos sorprende una vez más con una pieza de calidad. El Sonido de la Muerte estructura su relato en base a otra de las constantes del cine del autor: su posicionamiento frente el poder.

Con noción de género y un manejo de climas notables, él plantea una historia de intriga con ribetes de denuncia social y su punto de mira es puesto en los sucios trasfondos políticos. Al igual que en Scarface (Caracortada, 1983) y The Untouchables (Los Intocables, 1987), el poder es maniqueo, corrupto, amenazante; producto de una sociedad contaminada y violenta, proyectando en ella causas y consecuencias de la degradación moral.

A manera de laberinto argumental, el misterio quedará resuelto extendiendo el suspenso a su punto cúlmine. Entre las marcas autorales más reconocibles, pueden vislumbrarse técnicas lingüísticas muy propias del director cercanas al alarde; además un sentido primordial de la música y la fotografía como efecto potenciador de la intriga. Si bien esta vez el matiz en la carga de violencia gráfica se muestra controlado en comparación con la mayor parte de su filmografía, el cineasta entrega una provocativa y consistente intriga policíaca que no escatimará referencias sexuales y asesinatos que quedarán impunes.

Aquí se perciben ciertos íconos muy presentes en su filmografía y donde transitan sus historias, callejones oscuros, espejos que desnudan, duchas ensangrentadas y sets de filmación en donde todo puede suceder. El mundo depalmiano conjuga a la perfección su rastreo autoral y la meta referencia. Como en el cine de Alfred Hitchcock, el voyeurismo se convierte en Brian De Palma en una práctica común de su filmografía. Los personajes voyeur, tanto aquí como en Doble de Cuerpo, son seres insanos y perversos, que disfrutan vulnerando la intimidad de quienes invaden, aun cuando la culpa los carcome.

Quizás sea por tal debilidad que este manipulador de los sentidos nos incita como audiencia a ser partícipes de su condenable pero irresistible práctica: mirar de cerca lo ajeno. ¿Acaso no se trata de ello la actitud de cualquier espectador cinematográfico? Brian De Palma es uno de los directores más subestimados de la cinematografía americana contemporánea, dueño de un dote único para recrear sus historias de terror y suspenso, llevando las convenciones del género a un extremo paroxístico. Fascinado por los elementos que pueblan el cine noir y de intriga, consigue imprimir a sus obras un sello característico forjado gracias a un talento -a veces afecto al exceso y la autoparodia- capaz de concebir las más inesperadas atmósferas y los climas más surrealistas.

Sin estar a la altura de sus mejores obras, De Palma es lo suficientemente ingenioso e inteligente en Femme Fatale (2002) como para atraparnos en su juego de perversa seducción. Un exuberante plato principal de suspenso embebido en neo-noir, con líneas argumentales incontenibles, que rozan lo descabellado y el sinsentido. Repleto de lascivos pasajes que llenan de ingrediente sexual el misterio y el peligro que sostienen las estructuras surrealistas del relato, representa la alucinatoria marca de estilo de un indiscutible maestro.

En The Black Dahlia (La Dalia Negra, 2005), De Palma despliega sus habituales relecturas de Alfred Hitchcock para homenajearlo en más de una secuencia, en una muestra más de quien intentó seguir los pasos del gran maestro del suspenso. El realizador se encuentra en su hábitat lingüístico más familiar, con planos secuencias, montaje paralelo y cámaras lentas que subjetivizan la mirada. Jugando con el tiempo real, mediante flashbacks, los cuerpos emergidos entre las sombras que acrecientan el suspenso. Sumados al factor sexual y la perversión imperante, cimientan los dobleces a los que De Palma desborda de su habitual regodeo.

La destreza narrativa del realizador se pone a prueba para que en esta historia convivan y encajen a la perfección todas las bifurcaciones que el film plantea. De todas formas, es sabido que le huirá al thriller convencional de género e intentará centrarse en la psicología de sus personajes para dejarnos perplejos. Sin eufemismos, se debatirá en el dilema moral que estos enfrentan para hacernos pensar, más allá de coquetear muchas veces con la parodia misma, hasta cruzar la línea de lo misterioso y rozar el ridículo. Así y todo, con sus excesos, un Brian De Palma en estado puro es un cine más que grato de disfrutar.

Al igual que en Snake Eyes (Ojos de Serpiente, 1998) y Passion (Pasión, 2012) como paradigmas de su concepción autoral, el cineasta emplea la virtud de saber transgredir la mirada, transformada -en el caso de La Dalia Negra– por la distorsión de quien «escucha». La imagen siempre está supeditada a la palabra, aun en sus excesos, producto de los juegos visuales a los que recurre. De Palma moldea con cinismo la forma y contenido del film con tal de satisfacer su propia mirada del mundo.

Maximiliano Curcio

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