Después de adentrarnos en el génesis del narcotráfico colombiano, primero de la mano de Pablo Escobar y luego por el alzamiento y posterior caída del Cártel de Cali, Netflix lanzó una especia de spin-off bautizado Narcos: México, que en su primera temporada contó el nacimiento del Cártel de Guadalajara, la primera organización criminal vinculada al comercio y transporte de marihuana y cocaína radicada en el país vecino de los Estados Unidos, comandado por Miguel Ángel Félix Gallardo (Diego Luna).
La primera tanda de capítulos estuvo marcada por dos ejes en paralelo: el primero fue el camino que realizó Félix Gallardo, de ex-policía a mandamás del narcotráfico en México, dejando en el camino a varios enemigos e incluso socios, lo que pondría de manifiesto la tenacidad y ambición de este personaje. Por otro lado, el rol de Kiki Camarena (Michael Peña), el agente de la DEA que, junto a otros colegas, intentó dar caza a Gallardo para así desmantelar la organización, sin hacer caso a la magnitud de este imperio delictivo, que arrastraba también a gran parte de la bancada política y la policía local. Este esfuerzo desmedido de Camarena, incluso a veces rompiendo las reglas establecidas, generó su captura y posterior asesinato, algo con lo que Gallardo no estaba de acuerdo pero que por presiones tuvo que acceder.
Esta segunda temporada de Narcos: México vuelve a tener dos líneas argumentales en paralelo que se van entrelazando a medida que corren los capítulos. Las consecuencias de la muerte de Kiki se ven tangibles desde el primer momento: el Gobierno estadounidense buscará no dejar impune este hecho a toda costa y da como inicio la «Operación Leyenda» -algo que vemos al final de la temporada anterior- a cargo de Walt Breslin (Scoot McNairy), un agente de la DEA que, al igual que los otros vimos en temporadas anteriores, es reacio a seguir firmemente las reglas para, en este caso, dar captura a Félix Gallardo y destruir la red de narcotráfico.
La otra cara de esta temporada es la interna que sufre la Confederación -esta red criminal creada por el propio Gallardo, que engloba a los diferentes cárteles de México- y el debilitamiento constante del protagonista. «Para desmantelar un imperio, hay que dividirlo», es una de las principales frases que se escuchan en los avances promocionales de esta temporada y es una constante en todo momento: la tensión entre las diferentes facciones solo se calma a base de dinero y cocaína, con un líder narco que supera a cada paso sus límites para no terminar ni preso ni muerto.
Lo interesante de esta temporada es que, si bien el personaje de Diego Luna es el que impulsa la historia principal, la trama no se centra exclusivamente en él y da lugar a los diferentes miembros del cártel mexicano para entender un poco más sobre esta pésima relación que llevan los diferentes socios, que se siembra en los anteriores capítulos, y el liderazgo a puño de hierro que mantiene Gallardo. Pero, más allá de esta diversidad de situaciones y subtramas, todo lo que vemos es una consecuencia directa o indirecta del accionar del capo narco, lo que pondera aún más la concentración de poder que manejaba durante la década de lo ’80.
Si los cárteles colombianos nos intentaron reflejar la unidad que había, tanto en Medellín con Pablo Escobar como único líder y la hermandad de los socios de Cali, lo que sucede en México está lejos de ser parecido: socios que tienen voz pero no voto, nula toma de decisiones y una hegemonía del líder, cuyo exceso de ambición lo llevará hacía lugares cada vez más peligrosos, mostrando toda su malicia.
Uno de los problemas de desarrollo que tiene Narcos: México 2 es la ausencia de un personaje fuerte en el bando de la DEA. Scoot McNairy hace lo que puede con un personaje bastante insulso y un guion que no lo ayuda en nada. Lejos está de lo presentado por Boyd Holbrook, Pedro Pascal y después Michael Peña. Los puntos más fuertes de estos nuevos capítulos recaen una vez más en Diego Luna, que hace del suyo un narco implacable y poco dubitativo, que siempre tiene una respuesta ante cada situación, incluso cuando tiene todas las de perder.
Narcos, como franquicia, sigue siendo una propuesta interesante y uno de los productos originales de Netflix más destacados dentro de su amplio repertorio. La mezcla de ficción y realidad es otro de sus fuertes -nuevamente con imágenes de archivo en los momentos más impactantes y crudos-. Sin entrar en revelaciones innecesarias, la temporada dejó varios cabos abiertos para seguir la franquicia en México y, solo apostando al futuro, estoy bastante seguro que uno de los próximos protagonistas de esta serie será ni más ni menos que el Chapo Guzmán, que sumó bastante protagonismo en esta historia, aún todavía como un joven mafioso y uno de los jerarcas dentro del Cártel de Sinaloa.