Después de un primer año en el que le costó agarrar el ritmo y de una notable segunda temporada, BoJack Horseman se siente cómoda para encarar una nueva tanda de episodios, la mejor hasta la fecha. Parecía que el protagonista había tocado fondo en el final de la anterior, sin embargo el creador Raphael Bob-Waksberg demuestra que este aún tiene la capacidad de retorcerse en la profundidad e incluso tratar de llegar un poco más abajo. Así, se reafirma con vigor que esta serie de Netflix es uno de los estudios sobre la depresión y la autoaversión más precisos que existen, en la forma de una incisiva parodia sobre la industria del espectáculo. Y lo hace en unos términos que su audiencia ya conoce o entiende, a sabiendas de que cualquier posibilidad de redención para el personaje central es un espejismo y que no habrá puerto seguro en la miserable deriva que es su vida.
El show ha probado no tener inconvenientes en abordar asuntos bien delicados mientras examina la dañada personalidad de BoJack, cuyo resultado podría ser uno de los más amargos, oscuros y tristes que la televisión tiene para ofrecer. Lo hace, sin embargo, en la forma de una comedia animada ambientada en un mundo donde los humanos conviven con animales antropomórficos, con una ametralladora de humor en cada capítulo. El trabajo de la ilustradora y diseñadora Lisa Hanawalt es brillante a la hora de traer a la vida a cada personaje, con chistes que se funden con el fondo y son graciosos para el espectador, no así para los habitantes de Hollywoo que lo viven con total normalidad. Jill Pill, un misterio sin responder de la temporada pasada, es una araña que utiliza sus 8 patas para hacer cosas mientras habla como si nada o el guionista ganador del Oscar y hámster Cuddlywhiskers vive en una casa diseñada con ruedas y modulares de plástico como la de cualquier otro roedor. Probablemente esto quede demostrado a la perfección en el viaje al fondo del mar para asistir a un festival de cine –una suerte de Japón, a la Lost in Translation-, en donde el actor no puede comunicarse y da pie a un episodio mudo que es de lo mejor de la serie.
Eso por el lado del humor animado, pero BoJack Horseman también sobresale cuando se dedica a la comedia pura y dura. Will Arnett es perfecto para el rol titular y su voz tiene la autoridad como para que cada chiste que diga aterrice con la precisión de un dardo. Y, tal y como sucedía en las dos temporadas anteriores, hay oportunidades para encontrar risas en todo momento, con lo que por lo general no se puede terminar de descifrar una sutileza que ya hay otra en camino. El humor abunda en este nuevo año, mientras el protagonista atraviesa una campaña cada vez más intensa para ganarse el Premio de la Academia y se recuerda el último intento del actor por recuperar la gloria perdida, allá por el lejano 2007, con un fallido programa de televisión. Todo ello lo lleva a pensar en su legado y en lo que dejará tras de sí una vez que se haya ido. Aun así, como queda claro, por más que pueda llevarse la estatuilla a casa y consiga el logro profesional más importante de su carrera, es demasiado tarde. Finalmente recibe la atención del público y la crítica por un proyecto que lo apasionó por años –la biopic de Secretariat, más allá de que mucho de su actuación haya sido reemplazado con CGI-, pero pareciera ser que absolutamente nada podrá llenar el vacío que tiene en medio del pecho o la sensación de soledad que lo acompaña en todo momento.
Ese agujero negro emocional que trata de llenar con dinero, alcohol o drogas y que engulle y daña a todos los que tiene alrededor sigue latente. Lo hecho con Penny en el final de la temporada pasada todavía lo atormenta, pero BoJack siempre debe actuar como BoJack y aún tiene otras oportunidades de influir en forma negativa en quienes lo rodean. Puede sentirse como algo cansino que él constantemente tenga alguna oportunidad de hacer o decir lo incorrecto, sobre todo cuando el adorable Todd, el entusiasta Mr. Peanutbutter o la incansable adicta al trabajo Princess Carolyn tengan concretos progresos en sus vidas durante esta temporada. No es tanto así el caso de Diane Nguyen, que se demuestra una y otra vez que no tiene nada de qué sentirse orgullosa. Pero aun cuando todos son felices en sus propios términos, la mancha negra que es BoJack puede absorberlos y contagiarlos de su negatividad. No hay caso más elocuente que el de la antigua niña actriz, estrella pop y chica problema Sarah Lynn.
Y no deja de ser un verdadero regalo al público la cantidad de talento que se consigue para cada episodio. Arnett vuelve a estar acompañado por Alison Brie, Aaron Paul, Amy Sedaris y Paul F. Tomkins en los roles centrales, mientras que también volvieron Kristen Schaal, Angela Basset, Patton Oswalt, Ben Schwartz, Alan Arkin, la querida actriz de reparto Margo Martindale –que realmente se luce en una versión hiperbolizada de sí misma- y el ganador del Oscar J. K. Simmons (Whiplash). Entre los que participaron de este nuevo año se cuentan Diedrich Bader, Greg Kinnear, Constance Zimmer, «Weird Al» Yankovich, Jessica Biel, Candice Bergen –quien conduce un episodio espectacular, que se reconstruye en capas, atrás y adelante en la narración-, Emily Deschanel, Dave Franco, Jorge García, Tessa Thompson, Wiz Khalifa, Mara Wilson (sí, la chica de Matilda) y más. BoJack Horseman se ha pulido con el tiempo y se convirtió en una delicia de la pantalla chica, una que exige ser devorada pero que quizás se podría saborear más si se la consumiera de a poco, apreciando cada uno de sus lujosos matices.
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