De la televisión de antaño queda muy poco. Hoy en día los despliegues estéticos y los recursos técnicos son tan poderosos que ya nadie podría atreverse a llamarlo «género menor». Ahora, la pantalla chica le sostiene la mirada sin titubeos a su tradicional y rico hermano mayor, que siempre fue el cine, y con algo más a su favor, pues no hay limitación del tiempo. Y eso es todo un lujo que algunas cadenas como HBO pueden darse, siendo un ejemplo Big Little Lies. Pero frente a esto, ¿fue necesario contar con una nueva temporada? En mi opinión, no. Ahora, eso por nada significa que no se disfrute y sea digna de verse.
Big Little Lies adapta la historia narrada en el libro homónimo de Liane Moriarty. Cabe señalar que, en el 2014, Nicole Kidman y Reese Witherspoon -quienes son muy amigas en la vida real- se habían hecho con los derechos de la novela y por ello, inicialmente, se pensó en una película protagonizada por ambas. En lugar de eso se decidieron por una miniserie, siendo escrita por el prolijo David E. Kelly (Ally McBeal, Boston Legal). La misma, dirigida íntegramente por Jean-Marc Vallée (Wild, Dallas Buyers Club), se estrenaría en febrero del 2017 y contaría con un reparto de lujo.
El programa plantea una oscura y misteriosa historia sobre tres madres del norte de California -Madeline, Celeste y Jane-, cuyas vidas aparentemente perfectas se ven sorprendidas por un asesinato durante un evento para recaudar fondos del colegio primario. Celeste (Kidman) es una mujer con una vida familiar perfecta y un esposo ejemplar. Sin embargo, luchará por conseguir algo que le quita el sueño todas las noches. Madeline (Witherspoon) es una madre atrevida, divertida, pero tendrá que soportar que su exmarido y su actual mujer vivan en la misma ciudad que ella. Por su parte, Jane (Shailene Woodley) es una madre soltera cuya llegada a la nueva ciudad no será todo lo placentera que pudo imaginar.
Hasta ahí, para los que no vieron la primera parte. A partir de este momento hablaremos de la segunda temporada. Claro que evitaremos los spoilers, pero comentaremos aspectos generados en la primera parte de la serie.
Big Little Lies quedaba muy bien como miniserie, de hecho, en mi opinión podría decir que llegó a ser una adaptación que superaba su base creativa original. Su final fue valorado como perfecto por crítica, público y los lectores de la novela de Liane Moriarty, que consideramos la transposición muy superior al libro. Y es que lo genial de la serie era ese retrato de la sociedad de Monterrey, especialmente de este puñado de mujeres que tenía que lidiar no solo con sus propias complicaciones, sino que también con la maternidad. Son dos sociedades las que se plasman, la de los adultos, complicada y sumergida en un halo de violencia y excesos; y la de los niños, cuya inocencia se ve comprometida por la influencia de los mismos mayores, que resultan ser sus padres.
El resultado fue calidad interpretativa y buena dirección frente a un relato mordaz, tenebroso y cargado de cinismo, con un crimen de por medio. Y de fondo, el transcurrir cotidiano de un grupo de mujeres de clase pudiente residentes en Monterrey, California. La primera temporada cerró bien porque adaptó en su totalidad el libro de Liane Moriarty, de modo que una segunda temporada solo respondía al calor de su éxito -5 Emmys y 4 Globos de Oro, bien merecidos-, por lo tanto se necesitaban muchos alicientes para rendir al mismo nivel.
Infelizmente, la segunda temporada de Big Little Lies no ha sabido alargar la historia de manera satisfactoria. Su mayor mérito es haber unido al sensacional elenco principal compuesto por las inmensas Nicole Kidman, Reese Witherspoon, Laura Dern, Zoe Kravitz y Shailene Woodley con el personaje al que da vida Meryl Streep, con la habitual firmeza que la caracteriza. Ella encarna a Mary Louise Wright, la madre de Perry Wright (Alexander Skarsgård), y se enfrentará a su nuera mientras trata de esclarecer las circunstancias de la muerte de su hijo y limpiar su nombre.
A diferencia de la primera parte, no hay mucho espacio para el humor o para coquetear con los límites de lo políticamente correcto. A la postre todo se dirime de una forma poco sugerente y poco pulcra. Por ejemplo, uno de los personajes secundarios más interesantes, como es el de la psiquiatra que trata a Celeste y también a su amiga Madeline, desaparece en forma repentina. Es obvio que el cambio de director para esta segunda entrega es notorio, pues se extraña ese halo de melancolía de Vallée, que envolvía a las adineradas familias que teniéndolo todo parecían vivir en un estado de insatisfacción permanente. Y la nueva dirección (Andrea Arnold) no parece aportar nada nuevo -por fuera de un resonado conflicto detrás de escenas por el control creativo que tuvo sobre la temporada-.
Dicho lo anterior, también se debe reconocer que la narración mantiene las mismas ideas que se desarrollaron en la temporada previa: la brutalidad del maltrato, la resiliencia, la solidaridad de «las cinco de Monterrey», la forma en la que la sociedad juzga siempre a las madres por el comportamiento de sus hijos o la manera en la que, en determinados estratos sociales, se autoexigen tener una imagen perfecta, aunque su entorno más próximo se caiga a pedazos.
También, es un placer ver a todas estas intérpretes en pantalla, lidiando con el retrato de las consecuencias emocionales de lo ocurrido al final de la primera parte. Las Cinco de Monterrey tenían ahora un secreto compartido: la mentira que decidieron contarle a la Policía. Pero esa era pequeña en comparación con las que seguirían contándose a sí mismas, siendo ese el secreto del encanto de la serie. Madeline, Renata, Bonnie, Celeste y Jane tenían asuntos personales muy importantes con los qué lidiar y la presencia de Mary Louise llegó para ponerlo todo de cabeza.
Aunque esta vez todas ellas parecen haber madurado, estarán unidas por el secreto, por el peso de sus conciencias y sabiendo el coste que tiene para su entorno familiar.
Final y tercera temporada
Si en la primera temporada el gran misterio era descubrir quién y cómo había muerto en la noche de la fiesta, en esta la intriga recaía en descubrir cuál de las cinco, al no poder soportar la presión, confesaría la verdad sobre cómo murió Perry. O si antes lo descubriría Mary Louise. El cierre es bastante correcto y, en consecuencia, queda a la interpretación de la audiencia. Una vez pasada la tormenta, solo había dos opciones para las protagonistas: la calma o la confesión, lo cual también las llevaría a lo primero.
Se puede decir que afrontar las consecuencias de lo sucedido, sin añadir mucho más, ni en el plano argumental ni en el tono más descafeinado, es una excusa endeble para despertar interés en el espectador a lo largo de siete episodios y no hay perspectivas de que vayamos a ver una tercera temporada. No, al menos, si no hay algo más que contar. Además, juntar a este elenco nuevamente debe ser complicado por temas de agenda y, claro, por cuestiones de presupuesto, pues esta temporada le ha terminado costando una fortuna a la cadena, principalmente en materia de salarios. Y nosotros los espectadores, lo agradecemos.
Valores técnicos
Big Little Lies tiene diálogos geniales, que se valoran mucho más gracias a un elenco capaz de interpretarlos con los diferentes matices que estos requieren. Las actuaciones son de otro mundo, y es que cada diva está perfecta en su papel. A mi gusto, esta temporada se la lleva Laura Dern, pues está fantástica. Mención aparte para Meryl Streep, dado que cualquier elogio es poco para tremenda actriz: en cuestión de minutos nos lleva de sentir empatía con su Mary Louise, a odiarla con todas nuestras fuerzas.
La música brilló por su ausencia en esta temporada en comparación con la anterior, aunque la poca selección para esta ocasión estuvo siempre a la altura de cada episodio y acontecimiento. Por lo demás, los valores técnicos se mantienen excepto en términos de edición, pues en algunos momentos se notan escenas re-grabadas y el cambio de director. Aunque pasarán desapercibidas si nos enfocamos únicamente en la trama.
Conclusión
Esta segunda parte de Big Little Lies nos deja la sensación de que, más que a una nueva temporada, hemos asistido al innecesario epílogo de la primera. Es una secuela que aparece como una conclusión alargada de la miniserie original, aunque de a poco va abriendo nuevas subtramas y alcanzando contados momentos de intensidad. Además, profundiza en los matrimonios en crisis de las protagonistas, incidiendo en el eco del maltrato y la herida indeleble que deja a su paso. Si fue necesaria una segunda temporada, la respuesta es no. Pero cómo rechazar la oportunidad de ver reunido un elenco de actrices tan espectacular, al que se unió nada menos que la gran Meryl Streep.
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