A propósito del cine de Jeremy Saulnier

En ocasión del estreno de Hold the Dark, ponemos el foco en los trabajos previos de su realizador.

Hay ciertas constantes en la obra de Jeremy Saulnier, uno de los artistas más interesantes que trabajan el cine de género en la actualidad. Hay violencia desmedida pero con un sentido anclado al desarrollo de sus personajes, una mirada nihilista en su accionar, una atemporalidad en sus relatos que funcionan dentro de un marco de ley de frontera, de justicia por mano propia y sin involucrar a las autoridades. También se repite la presencia de su amigo personal Macon Blair, en sus roles de actor o productor, quien resume la noción del «protagonista inepto», concepto con el que decidió bautizar a la trilogía que componen Murder Party (2007), Blue Ruin (2013) y Green Room (2015). Hold the Dark, sin duda su proyecto más ambicioso y de mayor presupuesto, mantiene muchas de las claves de su cine, no obstante pierde la contundencia de sus trabajos previos.

Murder Party introdujo al mundo a Saulnier y sus amigos de The Lab of Madness, después de un par de cortometrajes que no se pueden encontrar. Un hombre solitario, que vive una vida corriente y apagada, halla una invitación a una fiesta de Halloween llamada «Fiesta Asesina», improvisa un traje de caballero con cartón y se aventura a lo desconocido. Hecha con un presupuesto ínfimo, entre conocidos, fue una sólida carta de presentación para un realizador abierto a los baldes de sangre, con destino de culto y de reproducción obligada en la celebración del Día de Brujas. Con su mirada sobre el arte, la pretensión, el mecenazgo y demás, acompasada al ritmo de una noche de violento descontrol, dejó en claro que el director tenía cosas que decir y que sabía cómo hacerlo. Además introdujo esa figura del protagonista inútil, que fortalecería con Blue Ruin.

Su thriller de venganza, ganador del Premio FIPRESCI en Cannes entre otros galardones, lo confirmó como un hombre a tener en cuenta. Un indigente descubre que el asesino de su familia será puesto en libertad, con lo que empieza a accionar por instinto de venganza y supervivencia, con poca planificación y mucho riesgo. Con una bella fotografía a cargo del propio Saulnier, una distintiva paleta de colores y un protagonista improvisado con el que es imposible no sentir empatía, Saulnier propone con pulso artesano un thriller repleto de tensión y vueltas de tuerca, disfrutable de principio a fin.

Y si de tensión hablamos, es imposible no celebrar la grandeza de Green Room. Punks vs. Nazis es todo lo que se necesita para venderla. Un grupo de músicos más bien puristas, y con los que es difícil ponerse en contacto, termina haciendo un show en un bar de ultraderechistas y se encuentran peleando por sus vidas luego de que son testigos de algo que no deberían haber visto. Las cosas pronto se salen de control, pero no para los skinheads que tienen a un formidable líder en Patrick Stewart, que deja de lado a Charles Xavier o Jean-Luc Picard para meterse en la piel de un supremacista blanco francamente atemorizador. La banda en sí compone al protagonista inepto, aunque quien toma la delantera es el fallecido Anton Yelchin, en una de sus últimas actuaciones. La tensión es palpable, la excesiva violencia totalmente justificada y se pone en marcha un perfecto thriller contenido, al que no le faltan sorpresas ni cuotas de terror.

Y mientras esperamos a ver algo de su trabajo en la tercera temporada de True Detective, de la que lamentablemente dio un paso al costado tras dos episodios –se habla de diferencias creativas con el creador, Nic Pizzolatto-, llegó a las pantallas su última película, Hold the Dark. Hay considerables diferencias en relación al resto de su obra. De movida, el protagonista se ve sobrepasado por completo por la situación, pero es una en la que se adentra como un especialista convocado precisamente por sus capacidades y experiencia. Por otro lado, no se trata de una película original sino una adaptación de la novela de William Giraldi y creo que eso termina por limitar sus posibilidades. El guion, cuya transposición corrió por cuenta de Macon Blair, carece de la contundencia de los trabajos previos, las motivaciones de los protagonistas están poco claras, se pierde en sus metáforas y se vuelve confuso.

Pero hay una gran cantidad de aspectos positivos que hacen que la experiencia sea disfrutable. La ambientación es perfecta, la tensión sigue tan precisa como siempre y por momentos abraza el terror, con un trastornado Alexander Skarsgard cegado por el dolor. Hay un espectacular tiroteo de varios minutos, llevado con la precisión de un experto, que suma a la atmósfera intensa que construye a lo largo de toda la película. Es un relato cautivador del hombre contra la naturaleza y contra el propio hombre, contra su maldad inherente, contra la pérdida de un ser querido. Es similar a Wind River de Taylor Sheridan, con la que se relaciona en términos de ambientación, del crimen, de la ley de frontera, pero es menos precisa y más contemplativa. Pero lo que perdió en potencia lo ganó en ambición. Y no deja de ser otro film que cimenta a Jeremy Saulnier como un cineasta al que hace falta seguir de cerca.

Migue Fernández

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