Martin Scorsese no parece contemporáneo. Más bien parece salido de esa camada de directores surgidos en la época de oro de Hollywood allá por los años ’40, dirigiendo a la par de Orson Welles, Otto Preminger, Billy Wilder o Fritz Lang. Sin embargo, es uno de los realizadores más prolíficos del siglo XXI, entre tanto producto artificioso que el cine hoy produce y consume. Alejado de todo vedetismo y banalidad, Scorsese es uno de esos pocos grandes autores que enaltecen al cine como expresión artística y que se comprometen a nivel social con sus obras, las que son revisionadas como objetos de cultura.
Creador de joyas fílmicas indiscutibles, su filmografía habla por sí sola. En cuanto a premios recibidos, el reconocimiento puede que haya tardado en llegarle, pero es innegable que este neoyorquino nacido un 17 de noviembre de 1942, posee en su haber un puñado de films que han marcado una época en la historia del cine sentando las bases para generaciones posteriores.
Scorsese surge cinematográficamente en medio de un panorama que para Hollywood resultaba confuso, atravesando un período de revisión y cambio. A fines de los ’60, la crisis había golpeado a los grandes estudios: los géneros clásicos fueron cuestionados y allí, desde el vacío absoluto, se les dio espacio a una camada de directores independientes que aportarían algo de frescura y nuevas temáticas. Renovadas visiones en el insurgente cine de autor de la más pura vanguardia: una estirpe neoyorquina encabezada por un gran referente del cine indie como John Cassavetes tenía al cineasta en cuestión -junto a Brian De Palma, Woody Allen y Bob Rafelson– como estandarte selecto de un cine prometedor, novedoso y audaz.
Con el paso de los años, Scorsese fue solventando su filmografía: en sus inicios formó una dupla más que envidiada junto a Robert De Niro, un tándem similar al que hoy -ya en su madurez-, repite con Leonardo DiCaprio, protagonista de su film Shutter Island (La Isla Siniestra, 2010). Escalofriante y tenebrosa, esta obra depara sensaciones similares a las que produjo otra incursión de Scorsese en el cine de terror psicológico, Cape Fear (Cabo de Miedo, 1991). No resultan nuevos para él estos terrenos: ya ha transitado caminos cruentos, violentos y morbosos; basta recordar el personaje interpretado por Robert De Niro en la remake del clásico dirigido por J. Lee Thompson en 1962.
En aquel film, el miedo y la paranoia de una familia acosada por un maniático era una constante. Dichos elementos son nuevamente protagonistas de esta historia adaptada de la novela homónima de Dennis Lehane. Es interesante hacer hincapié sobre estas dos sensaciones que remarca Scorsese casi como una constante marca de autor, como una huella de su visión del mundo: el miedo y la paranoia individual o colectiva, aquí puestos en función de un terror gótico, son recurrentes en su filmografía. Por otra parte, la historia de la novela del bostoniano Lehane está ambientada en los ’50 en Nueva York, un período donde el autor se formó y que le ha influenciado de manera notoria.
Para Scorsese, la violencia adquirió un carácter cotidiano en su dura infancia. Acaso el primer puñado de films pertenecientes a su temprana obra cumple con la máxima de Lev Tolstoi: «pinta tu aldea y pintarás el mundo». Who’s that knocking at my door (1967), Boxcar Bertha (1972), Mean streets (1973) y el documental Italianamerican (1974) prefiguran su cosmovisión autoral. Cuatro décadas después, si observamos el personaje que interpreta Leo DiCaprio, aquel germen se pondrá de manifiesto en el recorrido interior que realiza su actor principal. Un viaje oscuro que desarrolla un personaje por demás exigente, a tono con los grandes protagónicos que el autor delineó en su trayectoria.
Vale aclarar que, tras colaborar en Gangs of New York (Pandillas de New York, 2002), The Aviator (El Aviador, 2004) y The Departed (Los Infiltrados, 2006), la relación entre Scorsese y DiCaprio había evolucionado hacia un nivel de confianza más profundo que se evidenciaba en La Isla Siniestra. El trauma y los tormentos que vive su personaje son el disparador primordial de esta obra. Este elemento crea una atmósfera oscura, a tono con la dualidad que despierta un personaje sufriente inmerso en un terreno repleto de dudas, temores e incertidumbres. No son nuevas estas aristas en el repertorio de temáticas que aborda Scorsese, por el contrario, es fácil rastrear una huella autoral coherente y homogénea.
Con un abanico de propuestas cinematográficas muy amplias, con la paciencia de un artesano y la precisión de un escultor, Marty ha retratado personajes ricos para el análisis, donde en torno a muchos de ellos han girado sensaciones tan primitivas e intrínsecas como es el ser humano en estados puros de temor o sin razón. Allí podemos encontrar la raíz del mal de una sociedad de la que era producto un perturbado como Travis Brickle en la fenomenal Taxi Driver (1976), film que catapultó al estrellato a Scorsese y a su protagonista, Robert De Niro.
Nueva York es también el escenario de otra historia made in Scorsese donde el miedo se hace presente -como un camaleón- en otra de sus diversas formas. After Hours (Después de Hora, 1985) fue un relato de tintes kafkianos, donde en las calles peligrosas que Scorsese se crió un hombre vivía una perturbadora y delirante pesadilla, al borde de los límites de la cordura. En 1999 Scorsese estrena Bringing Out the Dead (Vidas al Límite), algo así como el reverso de la moneda de Taxi Driver. Aquí, en otra pesadilla urbana dentro de un mundo paranoico, un paramédico noctámbulo intenta lavar sus culpas por la muerte de una joven a la que no pudo salvar.
Scorsese atravesó la década del ’90 dejando como legado dos films sumamente valiosos: Goodfellas (Buenos Muchachos, 1990) y Casino (1995) son dos joyas del cine de gángsters. El autor, con su depurada estética y rigor narrativo, abunda en la descripción de personajes y su reconocido impacto para recrudecer con realismo las circunstancias de la trama de un subgénero que domina a la perfección, imprimiendo violencia y dinamismo a las escenas que lo requieren. La fotografía que sirve de ambientación a las peligrosas calles que día y noche visten la ciudad dominada por el crimen organizado, así como la fantástica y fluctuante banda sonora, elevan el nivel dramático de estas obras. Scorsese retrata el ascenso y la caída en desgracia de los reyes del hampa, en terrenos donde la compasión y la piedad brillan por su ausencia. El infierno en que se ven sumidas sus criaturas, implica un camino sin retorno: enfrentar los propios demonios internos como forma de saldar cuentas con su pasado.
No podemos dejar de mencionar El Aviador, el biopic sobre el excéntrico y megalómano multimillonario, pionero de la aviación e incursionista cinematográfico Howard Hughes. En el personaje de Hughes se dejaba ver un grado de autodestrucción evidente, provocado por los excesos que este cometía, producto de su relación con la fama y el dinero, aspectos que no pudo manejar con entereza. Allí, nuevamente, también subyacían el miedo y la paranoia como factores disparadores del tormento interno de un genio. Como vemos, Scorsese es un auténtico provocador cuya obra posee marcas rastreables que nos permiten encontrar, detrás del realizador, a un sólido y pensante autor cinematográfico con todas las letras.
En la ceremonia de los Globos de Oro celebrada en 2010, Martin Scorsese fue galardonado con el premio Cecil B. De Mille a la trayectoria. Quienes le entregaban el premio eran nada menos que dos baluartes para su filmografía y colegas de toda una vida: Robert De Niro y Leonardo DiCaprio. Este último pronunció unas palabras más que significativas: «así como tú te sientes honrado de recibir el premio Cecil B. De Mille, el propio De Mille se sentiría igual de gratificado de recibir el premio Martin Scorsese».
Todos sabemos lo que representó De Mille para el crecimiento industrial de Hollywood, igualmente lo que representa el autor que aquí nos ocupa para la evolución del arte cinematográfico en su último medio siglo de vida. Ese nivel de reconocimiento y comparación ha alcanzado, tan grande es Martin Scorsese. Inagotable, a sus 77 años de edad, regalará a su legión de fieles cinéfilos la oportunidad de ver, una vez más juntos en pantalla, a los inmensos Al Pacino y Robert De Niro, en el film The Irishman.