Crítica de Creed / Creed: Corazón de Campeón

Adonis Johnson nunca conoció a su famoso padre, el campeón mundial de peso pesado Apollo Creed. Aún así, no hay forma de negar que el boxeo corre por sus venas, por lo que él decide ir a Filadelfia, donde busca a Rocky Balboa y le pide que sea su entrenador.

Creed, Rocky

Es moneda corriente cuestionar la falta de originalidad en Hollywood cuando se anuncian proyectos de la talla de Creed, pero una mano competente puede dar vuelta todo preconcepto. Seis películas en la saga Rocky llevaron al icónico personaje de Sylvester Stallone por todos los caminos posibles, sea ganar y defender el título mundial, en apariencia terminar la Guerra Fría y hasta volver al ring después de 16 años de retiro. No quedaba mucho por descubrir en la carrera del Semental Italiano, por lo que un desarrollo orgánico fue el correrlo del foco de atención y poner al frente a un nuevo boxeador en ascenso, el hijo del mítico Apollo Creed. Y a partir de ahí la historia se da con naturalidad, con Balboa asumiendo el rol que se pretendió allá por el ’90 con Rocky V, la peor de la franquicia, la cual sufría del estilo camp en el que Sly había sumergido a sus películas.

Adonis Johnson no es Rocky. Tuvo una infancia dura hasta ser adoptado por Mary Anne Creed, que se aseguró de que nunca le falte nada. Es un joven educado y con un buen trabajo, no es el típico boxeador de Filadelfia, no debe pelear para vivir. Es un hombre diferente al Oscar Grant de Fruitvale Station, tiene la determinación pero sin duda no le han faltado posibilidades. Y Ryan Coogler demuestra que los pronósticos que se formularon con su primera película no fueron en vano. El realizador tiene un gran ojo. Sabe lo que quiere contar y cómo hacerlo. Creed acierta cada golpe que lanza. No necesita pegar debajo de la cintura ni apelar en forma constante a la franquicia que le da origen. Se percibe como un progreso natural y biológico de la saga, a la que apela lo justo y necesario como para ser parte de ella y a la vez sostenerse por sí misma.

Hacia Rocky III ya se había dejado de lado el desarrollo de personajes, cuando las películas pasaron a ser exclusivamente sobre los combates. Coogler trae algo fresco a escena, con un nuevo protagonista y una historia de vida lista para ser reescrita. Michael B. Jordan, en el mismo año en que se estrenó el fracaso de crítica y taquilla Fantastic Four –film que rodeó a su Johnny Storm de controversia-, se adueña en cuerpo y alma de Adonis, convertido en una bola de músculo con tanto talento como corazón. Por fortuna lo secunda un Stallone más inspirado que nunca, que cede el asiento de conductor a otro y entrega una de las mejores interpretaciones de su carrera. Limitado exclusivamente a la actuación, Sly le pone el pecho a una de las peleas más difíciles de Rocky, una que no se da arriba del cuadrilátero.

Las que sí se dan en el ring, son llevadas adelante con pulso firme, adoptando el ritmo que la saga impuso. No es el palo por palo imposible y al borde del daño cerebral que las anteriores películas presentaban, sino que son secuencias igual de intensas y apasionantes, pero con más credibilidad que una lucha de gladiadores. Conecta de forma integral con los films previos -sobre todo con la Rocky original- y pocas veces es tan evidente como en los entrenamientos. Balboa se convierte en Mickey Goldmill, con sombrero de lana incluido, y hace que su joven protegido entrene más duro que nunca. Hay una necesaria actualización a los tiempos que corren, aunque se permite apelar a la nostalgia y la emoción con la persecución de gallinas o la carrera por las calles de Filadelfia con la ropa deportiva gris.

Coogler demuestra una vez más que tiene una sensibilidad nata para historias de aquellos que la tienen que pelear, aportándole su voz personal a una franquicia completamente establecida. Adonis tiene sus demonios internos y, a la sombra de su padre, encuentra en Rocky a la figura paterna que no conoció. Si aquel peleaba para demostrar que no era un vago, el joven lo hace para hacerse un nombre y responder al llamado de su sangre. El cineasta también le da a Sly el cierre de círculo que la saga no le había podido ofrecer, convirtiéndolo en el entrenador de un boxeador con tanto corazón y hambre de gloria como la que él tenía -el hecho de ser el más firme candidato al Oscar es el ejemplo perfecto-. Y de paso ofrece una de las mejores películas de boxeo que se hayan visto en los últimos años.

9 puntos

 

 

 

 

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