Superar a la dupla de películas de Tim Story del 2005 y 2007 no era tarea muy difícil. En la era de la lucha colosal entre Marvel y DC, el costado amable del grupo de superhéroes se volvió obsoleto con el tiempo, aún más que sus pobres efectos por computadora. Pero el resultado final del reboot, sorpresivamente, está demasiado lejos de ser un paso adelante en la saga, y hasta se queda corta en resultar un espectáculo pochoclero digno de sostenerse por sí solo.
La tarea de Josh Trank venía avalada por su estupendo debut con Chronicle en el 2012, y todo el secretismo detrás del proyecto auguraba dos posibles resultados: confianza plena en el producto o un temor severo a lo que tenía entre manos el estudio Fox. Lamentablemente, y a medida que pasamos el tiempo conociendo a los nuevos personajes, hay algo que va encajando poco a poco y es que Fantastic Four no tiene alma. Es una película tan fría y calculada, afanosa en crear un mundo en el cual el cuarteto se pueda mover, que termina siendo muy funcional, «un patrón», como bien dice Sue Storm en un momento. Culpa de este patrón y de un rígido guión por parte de Trank, el novato Jeremy Slater y el curtido Simon Kinberg -ha escrito las X-Men desde la tercera entrega- es que los protagonistas lucen acartonados, cada uno cumpliendo una función básica.
Por más carisma que Milles Teller, Kate Mara, Michael B. Jordan y Jamie Bell hayan demostrado por separado en su carrera, juntos no terminan de generar la química necesaria para funcionar como una unidad bien engrasada. No hay fraternidad entre Sue y Johnny, cuando su nexo conector -uno hijo biológico, la otra adoptada- prometía un costado humano interesante, no hay romance suficiente entre Reed y Sue, y la camaradería entre Reed y su amigo de toda la vida Ben Grimm hace aguas cuando éste último es forzado por cuestiones del guión a ser partícipe del todopoderoso experimento que sale -como siempre- mal. Decir que Bell está desaprovechad es poco. Y qué decir del Victor Von Doom de Toby Kebbell, que interpretó vía animación al excelente ¿villano? de Dawn of the Planet of the Apes el año pasado y acá se despacha con un antagonista carente de emoción y peligro, con un diseño barato que parece una copia burda y masculina de la omnisciente S.H.O.D.A.N del videojuego System Shock 2. Es una referencia algo opaca, pero quienes sepan de lo que hablo, verán las comparaciones isntantáneamente.
No está mal que se le quiera dar un costado más serio y centrado a la historia de los Cuatro Fantásticos, pero cuando la fórmula se nota a la legua y toda la información está masticada y servida en bandeja al espectador, hay algo que no salió bien. Si a eso le sumamos la carencia de escenas de acción -se deja el plato fuerte para el final y aún así no es suficiente- pero se cuenta con un más que decente diseño de producción y efectos CGI, el híbrido no termina de dinamitar la saga pero tampoco genera la emoción necesaria para querer seguir viendo más aventuras del grupo.
De hacer los ajustes necesarios para un futuro, la inminente secuela prevista para el 2017 podría resultar un avance abismal con respecto a esta pobre reimaginación. Lo que le falta a Fantastic Four es soltarse un poco el pelo, como dice el dicho, y relajarse. Solo así puede volverse mas relevante, porque potencial tiene, y mucho.
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