Fury no va a entrar tan facilmente en el panteón de grandes películas bélicas, pero que hace sus buenos méritos para lograrlo es innegable. Sin duda alguna el proyecto más ambicioso y expansivo en la filmografía de David Ayer -su próximo gran desafío será la esperada Suicide Squad-, el regreso al escenario de la Segunda Guerra Mundial subraya una vez más la virulencia de uno de los combates más recordados en la historia, así como también ahonda en la humanidad menguante de cada uno de los involucrados.
En el centro de la acción se encuentra el sargento apodado Wardaddy –Brad Pitt-, un hombre parco y de pocas pero sabias palabras, que prometió a su escuadrón terminar la guerra con ellos en pie, pero le cuesta mucho esfuerzo cumplir tal promesa. Basta con ver los restos del último compañero que perdieron, desperdigado sin misericordia dentro del tanque que ellos llaman su hogar, para darse una idea de lo cruenta que está la situación en el frente de batalla. El punto de entrada a la acción de parte del espectador lo comporta el novato Ellison -un inesperadamente emotivo Logan Lerman– quien se une a la familia del tanque Fury y deberá ganarse su apodo con el resto de su compañía. Sobreviviendo a los personajes clichés del fanático de la Biblia –Shia LaBeouf-, el mexicano –Michael Peña, actor ¿fetiche? de Ayer- y el rudo palurdo americano –Jon Bernthal– Fury transita el camino del heroísmo americano sin resultar terriblemente empalagosa en su discurso, pero tampoco sin sobre-demonizar las acciones de los soldados en tierras arias.
Hay ciertos momentos bastante incómodos -esa comida en un departamento augura un desenlace muy oscuro- y, en líneas generales, los azares usuales de la guerra, bajas poco honrosas y lecciones de vida forzosas, pero a partir de un guión sólidamente construido, Ayer cumple su cometido de retratar uno de los períodos más oscuros de la Humanidad con el suficiente respeto, pero sin escasez de munición. Fury no pretende partirnos al medio de la emoción como si fuese una Schindler\’s List moderna, sino que juega sus ases bajo la manga apropiadamente. David Ayer es un director que se hizo un nombre propio en el campo de la acción, y con acción a raudales es que se gana al espectador más reacio. Sacándole partido a su calificación R, los combates entre americanos y nazis tienen la crudeza que The Expendables 3 no se animó a mostrar, y con un nivel técnico increíblemente realista, tan realista que por poco y no estamos viendo un documental. Sangre, disparos, incendios, bombardeos, decapitaciones, cuerpos aplastados por tanques, el film lo tiene todo y a montones.
Para poder comprar toda esta carnicería es necesario creerles a los personajes, y si bien el material escrito por Ayer no es para arrojarle rosas a sus pies, cumple el objetivo de llegar a generar empatía con ellos y con la angustiante situación en la que están inmersos. Pitt, como siempre, comanda la pantalla con su rudeza y su sólida presencia, aunque Lerman le roba varios momentos en esa relación estilo padre-hijo que se genera entre ellos. Otra sorpresa la genera el tristemente célebre LaBeouf, que demuestra que es un gran actor siempre y cuando esté bien dirigido y deje de lado su enojosa vida personal detrás de cámaras.
Junto con un excelente equipo de producción y una gran banda de sonido de parte del galardonado Steven Price -la música remite bastante a Gravity-, Fury sale adelante como un gran relato bélico que consolida a David Ayer una vez más como un gran director de acción, que no tiene miedo a empujar sus límites hacia zonas inexploradas y regresar con un peliculón como esta.
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