The Giver corre con la ventaja de que su creación data de 1993, año en el que el libro de la autora Lois Lowry fue publicado, mucho antes de que siquiera existiesen esbozos de sagas como The Hunger Games o Divergent, para poner ejemplos actuales. Tampoco esta adaptación está interesada en ser un modelo de acción, sino que va tocando los temas que le conciernen con un ritmo pausado, que va escalando poco a poco, pero cuya finalidad no es ser recordada como un vehículo adrenalínico.
La productora The Weinstein Company no tuvo suerte el pasado febrero cuando apostó a otra franquicia literaria, Vampire Academy, y tampoco creo que haya dado en el blanco en esta ocasión. Es comendable sin duda el esfuerzo de producir inicios de franquicia que le escapan un poco a las reglas dictadas por Hollywood, sobre todo por sacar del estancamiento a esta interesante propuesta cuyo génesis se encuentra años atrás en las manos de Jeff Bridges. El libro de Lowry, el primero en una serie de cuatro publicados de 1993 a 2012, estuvo durante mucho tiempo en una tormenta de polémica, con colegios primarios y secundarios de Estados Unidos prohibiendo su lectura mientras que otros lo agregaban a la programa oficial. Al ver el film, uno puede vislumbrar semejante revuelta por los tópicos elegidos dentro de esta sociedad totalitaria que decide deshacerse de las emociones y crear una atmósfera colectiva de igualdad a toda costa.
Es una desgracia que estas ideas se pierdan un poco en el trayecto del libro a la pantalla grande, ya que el guión de Michael Mitnick y Robert B. Weide no le hace justicia a la radicalidad de la prosa de Lowry, con un tono bastante conservador y jugando a lo seguro -resta decir que la película tiene una calificación PG-13, anulando cualquier vestigio de polémica al instante-. Dichas ideas perdidas, el potencial de la historia, es lo que también debe haberle llamado la atención a figuras como el mismo Bridges -que también produce-, la gigante Meryl Streep en piloto automático o los menores pero solventes Alexander Skarsgård y Katie Holmes, todos aportándole peso a sus papeles secundarios. Me sigue sorprendiendo además el gran salto que ha pegado el joven Brenton Thwaites, un muchacho casi desconocido que sólo este año ha visto tres películas en la cartelera local -la de horror Oculus, un pequeño papel en Maleficent y la presente- así que le debe agradecer a su agente el buen posicionamiento. Le falta camino, por supuesto, pero pasta de actor tiene. Su protagonista aquí no entrará en ningún panteón cinéfilo, pero cumple su objetivo de generar empatía en su situación actual.
La visión de un futuro impoluto, donde las emociones no existen y los colores menos aún, está bien manejada por un director de peso como lo es Phillip Noyce. No hay grandes despliegues de invención futurista, aparte de una comunidad avanzada con un aspecto muy aséptico y bien cuidada, pero los pequeños detalles son los que destacan. A medida que el protagonista va «despertando a la vida» y descubriendo más del pasado, el blanco y negro deja paso a toques de color -no tan certero como en Sin City, pero acorde con esta visión de futuro- y la paleta de la fotografía va cobrando matices más cálidos. Es un recurso bastante utilizado y con mejores resultados anteriormente, pero le da personalidad y define al film, aún cuando el efecto se gaste llegado al final.
Veo difícil que The Giver se convierta en una saga, sobre todo porque su escena final tiene un agradable sentido de conclusión, pero uno nunca sabe. Con una duración escueta y pasable, un elenco interesante y un par de ideas bastante particulares, creo que el voto de confianza para esta nueva utopía está más que justificado.
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