Si bien en el duelo entre Los Caballeros del Zodiaco y Dragon Ball mi corazón siempre estuvo más cerca de la segunda, es innegable la importancia que la primera también tuvo en mi infancia, como en la de tantos otros. Ambas llegaron a la televisión argentina en el ’95, pero solo el dibujo animado de Goku fue el que se mantuvo de forma permanente al aire con sus diferentes sagas, mientras que aquella protagonizada por Seiya desapareció luego de que se emitieran en continuado la del Santuario, la de Asgard y la de Poseidón. Años después volvería con la saga de Hades, de la cual solo vi algunos episodios en el 2004, pero personalmente ya no sentía la necesidad de seguirla. Aún así, eso no borraba el hecho de que una década antes había jugado a la batalla de las 12 casas en el colegio, que había deseado con todas mis fuerzas uno de los muñecos coleccionables* -50 pesos costaban, todo un lujo dado que para la época eran 50 dólares- o que había completado todos los álbumes de figuritas. A este espectador nostálgico es al que se dirige Diamond Films cuando trae Los Caballeros del Zodiaco: La leyenda del Santuario a los cines argentinos, al igual que meses atrás lo hiciera con Dragon Ball Z: La Batalla de los Dioses. El problema es que no parece ser este el público al que apuntaron los realizadores…
El film viene a ser un relanzamiento de la conocida serie, una versión en CGI para adecuarla a los tiempos que corren. No obstante, lo que hay es un error de criterio. Se trata de un reboot, aún así parece depender de forma constante del conocimiento de la audiencia del material original. Toda la primera parte funciona muy bien, con la introducción de lo ocurrido años antes con Aioros, el Patriarca y el legado de la reencarnación de Athena a Mitsumasa Kido. Desde ahí, los Caballeros de Bronce son rápidamente presentados, Saori cobra mayor protagonismo y se da inicio a lo que supone una reimaginación de la Saga del Santuario. Una treintena de episodios se resumen en algunos minutos y si bien se dejan afuera del nuevo corte algunos elementos que pueden no llegar a influir -torneo, caballeros negros, de plata, de acero-, lo que más sufre viene por el lado de los personajes.
El núcleo de la serie siempre fue el grupo que integraban Seiya, Hyoga, Shiryu y Shun, con Ikki también presente, y la previa a las Doce Casas no era en vano. Cada uno tenía sus experiencias -algunas duras, como las de Fénix en la Isla de la Reina Muerte o la del Cisne visitando la tumba acuática de su madre- y su cuota de sufrimiento, lo que los moldeaba en los guerreros que serían a futuro. En esta oportunidad, despojados de todo su bagaje, son maniquíes, personajes de videojuego seleccionados para cada batalla, sin crecimiento o desarrollo personal.
Y este problema se acrecienta durante el ingreso al Santuario. Resumir los 40 episodios restantes de la saga en una hora, genera saltos y huecos brutales en la historia. Algunas cosas se respetan -los hechos ocurridos en las casas de Aries y Tauro-, otras se recortan y reinterpretan -la pelea de Seiya con Aioria, la de Hyoga con Camus-, otras se readaptan para caer mejor al público -Milo de Escorpio es una mujer, un festivo y colorido Máscara de la Muerte como contraparte del sádico original- y directamente otras quedan afuera, como las gloriosas y emotivas batallas contra Shura de Capricornio o Shaka de Virgo. Así, la cuota de sentimentalismo y nostalgia se cruza con dosis de extrañeza y desconcierto, por un relanzamiento que exige que se conozca el producto original para compensar un guión sin progresión que lo edita a lo bruto y deja un sinfín de cabos sueltos.
Hay un notable nivel de animación, algunos combates bien logrados, un diseño de los personajes y las armaduras que llamarán mucho la atención y algún recurso ingenioso -los colgantes para invocar a los mantos sagrados, el portal hacia el Santuario-, pero nada que justifique realmente un reboot de la serie o una adaptación para la actualidad. Reconozco que cuando asistí por segunda vez a ver Dragon Ball: La Batalla de los Dioses -la primera en función privada, la otra con un grupo de amigos- disfruté más del evento por la liturgia misma, como parte de una conciencia colectiva que recordaba su infancia. Dudo que algo así ocurra con Los Caballeros del Zodíaco…
*Dato de Color: Para quienes quieran saberlo, recuerdo recorrer una juguetería en el Shopping Spinetto buscando al Caballero perfecto con el que mis papás me premiaban por aprobar todas las materias en el colegio. Sabiendo que todos iban a buscar a los conocidos, elegí a uno que nunca antes había visto. Cuando la televisión llegó a la Saga de Poseidón, me enteré de que el muñeco comprado era Bian de Hipocampo, el primer soldado, el más débil y el que más rápido se moría. Por suerte tiempo después me regalaron otro e hice lo que hacían todos y pedí a Aioria de Leo.
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