Año 2022. Durante una noche el gobierno norteamericano permite a sus ciudadanos cometer cualquier delito punible para que el pueblo desahogue sus ansias homicidas. Doce horas sin ley. Detrás de la atractiva máscara que presenta The Purge se esconde ni más ni menos que el desperdicio más grande que el género ha tenido en años, en donde un concepto de alto vuelo se ve aplicado a los confines de un barrio cerrado estilo country club, en donde una familia adinerada deberá enfrentarse en carne propia a unos de los males más nocivos generados por su patria renacida.
Las fallas del segundo film del director y guionista James DeMonaco no parecen notarse al comienzo. Presentando a los personajes, el marco situacional que transita el país y los ánimos casi festivos que se viven en las vísperas de La Purga, la narrativa se nota tensa y la crítica social se palpa en el aire. Los ricos que se pueden permitir un sistema de seguridad costoso sobreviven, mientras que los pobres ahí se las arreglan, siendo las principales víctimas de la masacre popular. ¿Cuál es el fin entonces? Desde el inicio de esta cuestionable y violenta táctica la tasa criminal ha disminuido y la economía comienza a aflorar. «Funciona», dice el personaje de Ethan Hawke, pero para algunos más que para otros.
Y cuando suena esa alarma escalofriante, dando el pistoletazo de largada a unas doce horas interminables, es cuando la película se le escapa de las manos al director y el cúmulo de situaciones apiladas una encima de la otra sin mucho tino y con cierto tufo a moralina se nota, y mucho. Si ochenta minutos de metraje se hacen pesados, poco se puede hacer para remontar vuelo. DeMonaco confunde mucho el suspenso lento, el slow burn con intriga y desesperación, llevando escenas a caminos muertos, aderezándolo con un poco de tiros, golpes y malas decisiones.
La otra razón de que The Purge pese tanto son los personajes, quienes deciden comportarse como completos idiotas y deambular por toda la casa a oscuras y sin objetivo aparente. Hawke y Lena Headey intentan mantener el barco a flote, aportando diferentes opciones para dar dimensión a quienes interpretan, mientras que los retoños familiares -encarnados por Max Burkholder y Adelaide Kane– son los responsables de que uno se agarre la cabeza, agite sus puños a la pantalla y busque traspasar la pared de celuloide para hacer un poco de justicia por mano propia. Para igualar la balanza, por fuera del cerrado grupo tenemos al macabramente correcto Rhys Wakefield como el jefe de la banda que toma prestadas por un rato las máscaras de otro tipo de invasión hogareña, The Strangers, y al refugiado indigente de Edwin Hodge, quien también se somete a jugar a las escondidas en la casa a oscuras.
Rascando las puertas de otra gran crítica social contra la violencia y la muerte sin sentido -la brutal Funny Games de Michael Haneke– The Purge nunca vive a la expectativa que provoca leer su sinopsis. ¿Qué pasa en el mundo exterior? ¿Qué tan caótica es la situación? Por cuestiones de presupuesto no lo sabemos, pero con la recaudación excesiva que se consiguió y el anuncio de una secuela, esperemos que se puedan corregir algunos errores de esta fallida propuesta.
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