«Debe tener fe, doctora. Porque si un hombre puede convertirse en monstruo, un monstruo puede convertirse en hombre»
(Barnabas Collins, Dark Shadows, 2012)
Por mucho tiempo se ha esperado que Genndy Tartakovsky, el creador de Dexter\’s Laboratory y Samurai Jack, hiciera su ya demorado salto a la pantalla grande. El deseo del público se correspondía con una adaptación cinematográfica de la historia del guerrero forzado a vagar por todas las épocas, proyecto que todavía sigue en los planes, pero durante ocho años el realizador ruso estuvo abocado al desarrollo de Hotel Transylvania. El resultado es una tibia comedia animada que, a base de una historia blanda y de explotar todas las variantes de un chiste –los monstruos con problemas humanos-, dista de igualar el nivel alcanzado con sus programas de televisión.
En la última década, el cine de animación alcanzó tal nivel de madurez que sería incorrecto referirse a este como infantil, cuando son tanto los adultos como los chicos quienes pueden disfrutar de las propuestas. Llama entonces la atención que un talentoso dibujante como Tartakovsky, quien con sus trabajos ayudó a elevar las producciones de la pantalla chica a otro nivel con un estilo único de impronta fílmica, sea responsable de una película tan aniñada. Sucede que este divide su argumento en dos planteos, la atención del hotel para todas las criaturas que sólo existen en las historias y la figura del padre posesivo con la hija que quiere explorar el mundo, y si bien ambos se desarrollan en el mismo espacio, sólo del primero se puede decir que sea inspirado, mientras que el otro es de manual.
Tras una breve introducción al complejo del título, todos los personajes infaltables hacen acto de presencia. Más allá de que haya un recurso principal que se repite en forma continua, se hace gala de una serie de alternativas en torno a las situaciones y los conflictos que hacen que la estadía sea amena. El hombre lobo, encorvado cual si fuera un empleado de oficina desgastado por sus hijos -en lo que es la mejor personificación a cargo de Steve Buscemi-, o un Frankenstein paralizado por sus miedos, disfrutan de unas vacaciones de las sombras bajo el servicio de Drácula, un maniático del control. Una y otra vez se verá a los monstruos disfrutando de las comodidades del lugar y, si bien podría haberse esperado algún tipo de riesgo por parte del director, el jugar sobre seguro tiende a funcionar.
La historia se estanca al explorar la veta romántica entre la joven Mavis (Selena Gomez) y el humano Jonathan (Andy Samberg), que no logra trascender de la oposición paterna. Esto, no obstante, deriva en un interesante cruce entre el Príncipe de las Tinieblas y su posible yerno, que alcanza su punto más alto en una batalla con mesas voladoras, uno de los momentos de alegría más pura y natural de toda la película y en el que mejor funciona el 3D.
Hotel Transylvania da cuenta a las claras de la mano de Tartakovsky, quizás no desde el tipo de animación, pero de seguro en la construcción de sus personajes, con sus reacciones físicas -movilizando todos los músculos del cuerpo- como el claro sello distintivo. En base a este reconocimiento es que se transparenta la principal desilusión de la película. Porque para un artista que ha sabido llevar sus historias improbables -un samurai viajero del tiempo, un niño con un laboratorio escondido- a todo tipo de público, su primera película exhibe un alcance muy acotado.
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