De muchas películas se puede decir que les sobra metraje, que se prolongan por 15 o 20 minutos, pero pocas pueden preciarse de tener una hora de más. No recuerdo otro caso similar al de Enter the Void, un film para el que sus 160 minutos resultan un exceso. No es una cuestión de incapacidad para el corte o de mal manejo de los tiempos, el resultado es precisamente al que Gaspar Noé apunta. El argentino radicado en Francia busca incomodar al espectador, y uno de sus recursos para hacerlo recae en secuencias de extensa duración. La escena más recordada en la filmografía del director, la violenta violación de 10 minutos al personaje de Monica Bellucci en Irreversible, ejemplifica las pretensiones del realizador en este caso, así como el fantasma del film del 2002 le señala el camino y le pide que lo repita.
Las similitudes entre ambos trabajos son marcadas, desde los tres personajes centrales hasta su estructura narrativa, no yendo desde el fin hacia el principio, pero con flashbacks de la infancia o flashforwards del futuro. Del mismo modo es que construye sus planos, aquí sumergiendo su cámara en forma recurrente hacia alguna ventana o una lámpara que le permitan entrar al vacío (sutil, ¿no?). A esto se suman los padecimientos que Noé les hace atravesar a sus personajes, a quienes eventualmente rescata del lodo solo para volver a hundirlos con más fuerza. Así es que convierte a su gesto de amor, un espíritu que se niega a dejar la Tierra para no abandonar a su hermana, en la oportunidad de mostrar nuevos sufrimientos y miseria. Un alma que flota por calles cargadas de neón en Tokio es la herramienta perfecta para que, sin paredes como obstáculos, se pueda asistir al espectáculo de un aborto, de una familia que se desangra, de un hijo que se degrada y más.
El objetivo de Enter the Void es difuso y por tanto la provocación de su director se consume en sí misma. Zambullir la cámara en un feto abandonado o en una concepción que ni la pornografía más explícita es capaz de mostrar, no constituyen medios para un fin, sino transgresiones que comienzan y terminan en ellas. Hay de todos modos elementos para valorar, partiendo desde sus salvajes créditos iniciales, en otro evidente gesto del director, hasta el alucinógeno estilo visual y el sentido de homenaje a 2001: A Space Odyssey. Sin más que esto, el último film de Gaspar Noé es solo una provocación vacía.
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