Por esas cosas que tiene la distribución, Midnight in Paris es la tercera película de Woody Allen que se estrena en lo que va del año. Pocos directores son tan prolíficos como él, y son pocos también los que sufren tanto de las comparaciones consigo mismos como en su caso. En los últimos años ha salido de su amado Nueva York para pintar hermosos retratos de ciudades europeas, ya fue el turno de Londres y Barcelona, será Roma en su próximo trabajo, y en esta oportunidad se ocupó de la bella capital francesa. Su cámara recorre París y la captura en forma esplendorosa, logrando que esa fascinación que siente Gil al caminar sus calles sea la misma que uno experimente al redescubrir una ciudad tan delicada como esta.
Gil, el rendidor Owen Wilson, descansa una noche de la pedantería de los amigos de su futura esposa, cuando es recogido por un auto antiguo que lo conduce a una fiesta. Desde ese momento, y todos los días a la medianoche, será transportado hasta los años ’20, a la época dorada parisina, en donde conocerá a Hemingway, Picasso o Buñuel, y dejará que Gertrude Stein evalúe su boceto. Woody Allen demuestra así una vez más que sus dotes como guionista siguen vigentes, esa capacidad de pensar historias originales y entretenidas e imprimirles siempre su toque personal, permitiendo que la «cosa» funcione sin importar lo difícil que la idea pueda resultar. Ese toque personal lo dan sus ingeniosos diálogos y su punzante sentido del humor, los cuales lamentablemente no están del todo presentes en este recorrido por París, así como esos tópicos recurrentes que son pilares fundamentales en su obra, como la literatura, la música, el sexo, la psicología, la política y tantos otros. Y uno de estos temas es la columna vertebral de su nueva realización, del cual se permite la burla y su desmitificación: la nostalgia.
Fuera de lugar en su presente del 2010, Gil añora con todo su ser el vivir en la década del \’20, y cuando finalmente lo logre, descubrirá que hay quienes vivieron en ese período pero que querían estar en tiempos de la Belle Époque. Y a su vez, los que vivían esa época, añoraban ser parte del Renacimiento. Allen se ríe de la nostalgia y a su vez contesta a todos los que establecen comparaciones, los que miden su obra actual con los lejanos ’70 y ’80 y sólo encuentran negativas diferencias. Woody todavía sorprende, divierte y emociona. Y a los 75 años sigue dando batalla a los defensores de que todo tiempo pasado siempre fue mejor.
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