Esperaba que después de sus dos películas anteriores, lo próximo de Jeremy Saulnier fuera algo así como el cierre a esa posible «Trilogía RGB» compuesta por Blue Ruin y Green Room. Claramente, esto parte de un capricho propio y se desprende del hecho de que Saulnier me parece uno de los realizadores más interesantes de la escena actual del cine de género.
Hold the Dark comparte conceptualmente la búsqueda de la revancha como móvil -bien podría llamarse «Red Wolf» o «Red Flags»– pero a Saulnier no le interesa ese marco: «No hay trilogía RGB, pero invento mierda todo el tiempo. Ya existe una ‘Trilogía de mierda grupal’ que integran Murder Party, Blue Ruin y Green Room», que a su vez es la ‘Trilogía del protagonista inepto’. Creo que eso es algo que nunca voy a dejar ir, porque gravito hacia ahí». En esas tres películas, pinta -con paletas distintas- historias de personajes encerrados; cuentos de violencia desatada. Construye conflictos entre personajes perdidos y urgentes, rabiosos, con pulsiones de liberación. Una que se abre paso a través de camarines de antros punks, o bares de mala muerte, depósitos, o la vasta Alaska. La coyuntura espacial del relato no solo es descriptiva, es narrativa y atmosférica en simultaneo.
En Hold the Dark hay cazados, cazadores y rehenes. La desaparición de un niño a manos de los lobos trae a Russell (Jeffrey Wright) a la escena, con la misión de encontrarlo, moviéndose en el campo en el que es especialista. Pero los murmullos se oponen, la oscuridad tiene dueños que no quieren ser encontrados. Saulnier se lleva bien con esa oscuridad, la deconstruye y la manipula. La transforma en violencia, y si hay algo que sabe hacer es filmarla y narrarla. Entiende cuándo y cómo tensar la cuerda, pero esta vez ese confort y dominio atenta contra el resultado.
Pareciera que la sorpresa está mejor tratada que la construcción del suspenso. Por momentos hay diálogos y escenas que remarcan y adelantan situaciones, para que existan otras que se arropan en un misterio que no está construido como tal. Ese desequilibrio boicotea y desconecta al propio relato. Es cierto que lo sugerido construye rareza y hace que el horror se vuelva sensorial, conceptual; similar a lo que John Carpenter hace con Michael Myers en Halloween -salvando las distancias y los tonos- pero no siempre las escenas respaldan esa búsqueda. Saulnier compatibiliza la puesta de cámara con el clima del relato y tiende a aletargar situaciones que quizás no lo ameritan, pero compensa, por ejemplo, cuando nos regala una secuencia brutal de casi diez minutos filmada con pulso de artesano.
Escribo esto y el recuerdo de la película se me vuelve a reinterpretar. Supongo que a diferencia de sus películas anteriores, esta no tiene el rasgo de la contundencia, sino de la contemplación, del reposo. Tengo la impresión de que el visionado reciente, y estar escribiendo estas líneas tan pronto, hacen que a futuro estas ideas sobre la película evolucionen y que las sensaciones sean otras. Pensamos mal al cine si creemos en su inmediatez. Mastiquémoslo. Milito -y estas líneas catárticas lo demuestran- porque así sea.