La exitosa novela de Paula Hawkins tardó un año y medio en tener su adaptación cinematográfica. No es para menos ya que su conflicto, uno que recuerda a las películas de Alfred Hitchcock y sobre todo a Strangers on a Train, era idóneo para ser llevado a la pantalla. No obstante la sola premisa no basta, lo más importante radica en cómo se narra. The Girl on the Train nos sumerge en un thriller en el cual lo que sucede es menos importante que los implicados. Porque jamás daremos en la tecla correcta a la hora de imaginarnos a una persona mirada a través de una ventana. El ser humano es ambiguo, es lo que aprenderá la protagonista Rachel Watson una vez que cruce la barrera que separa la mera observación de la acción.
Tate Taylor encuentra en el conflicto el modo esencial de mantener al espectador atrapado en la trama: la caracterización de los personajes. Lo que es el punto más álgido para mantener la ambigüedad del nudo argumental es, a la vez, la lógica que arma las relaciones entre los personajes. Unos que tienen un pasado que los describe y los mortifica. La trama se convierte en un armado de relaciones más que una sucesión de acciones.
Y dentro de esta red de personajes se encuentra Rachel (Emily Blunt), una mujer torturada por la bebida y la imagen de su ex esposo. Es su condición de alcohólica la que le impide rememorar los acontecimientos del conflicto en el que se vio implicada, la muerte de Megan (Haley Bennet), la mujer que idealizaba cada vez que la miraba desde el tren. Vamos armando junto con la protagonista un rompecabezas caracterizado por sujetos tan turbios como violentos y, no obstante, tampoco podemos estar tan seguros de confiar en sus visiones borrosas.
El enigma que revela el homicidio se toma ciertas licencias para facilitar la información que se tiene de los involucrados, así como el guión que se torna por momentos condescendiente con el espectador. A pesar de estos dos factores, la narración es por demás interesante e intensa. Todo radica en la información que se le da y niega al espectador y a la propia Rachel.
Sus recuerdos vagos y borrosos, que se encuentran en el inconsciente, tienen un carácter atemporal que se traslada al relato, que se mueve inflexiblemente por distintos momentos de la historia de los personajes, desde meses hasta días atrás, para ir progresivamente deduciendo lo que sucede. A partir de intertítulos, estos saltos están especificados y se ligan con la complacencia que a veces se encuentra hacia el público. Aquí se establecen dos juegos, uno el que juega el espectador que posee mayor información, y el otro, el que juega Rachel en desventaja. Dos juegos con una meta final, averiguar quién asesinó a Megan.
Párrafo aparte para una Emily Blunt descollante, más que nada en la primer parte del film, que aún incentivada por resolver el crimen mantiene el tono lastimoso y trágico que caracteriza a su personaje maltratado por el alcohol y por el abuso machista, que también alcanza a los personajes de Megan y Anna (Rebecca Ferguson), y del cual se hace una fuerte crítica. Los primeros planos que saturan la pantalla orquestan un desfile de emociones intensas que sumergen al espectador en el dolor a flor de piel de los personajes femeninos.
The Girl on the Train es una lección de construcción de personajes teñida de thriller y una crítica en tiempos de violencia hacia la mujer. Un rompecabezas que se arma con información que puede ser tan falsa como verdadera, aunque todo dependa de si formamos parte del juego o miramos desde la ventana.
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