«Hice un montón de películas históricas que dirigí detrás de cámara, y me llevo bien con eso. Pero cuando decido hacer una película como esta, sentado en la audiencia con ustedes, dirijo desde el asiento que tienen al lado. Por eso su reacción, para mi, es todo». Eso le dijo un Steven Spielberg de 71 años al público que vio por primera vez Ready Player One, en el festival SXSW hace unas semanas. Esa declaración, dicha en este momento de su carrera, no solo expone la forma en que Spielberg entiende al cine, sino que también habla de cómo lo hace. Esa frase está dicha por el director, por el narrador y creador de historias, pero también por el espectador que vive en él, por el niño que pisó una sala de cine por primera vez hace muchas décadas.
En eses sentido, Ready Player One -a partir de este momento RPO– es su obra más meta. No solo por los guiños juguetones o los easter eggs, sino porque dialoga con todos los lados del Cubo de Spielberg. Es un caso similar a lo que ocurrió con Martin Scorsese y El Lobo de Wall Street años atrás. Dos realizadores en sus ’70s, que filman con una vitalidad y una claridad audiovisual que muy pocos tienen, y que realizan dos de las obras más personales de su filmografía, dándole un contexto nuevo a los temas e inquietudes que atraviesan su cine. Sin ir más lejos RPO maravilla, por sobre todas las cosas, por su claridad narrativa. Es sorprendente que todo lo que sucede en pantalla -desde las escenas de diálogos en el mundo real, hasta las secuencias más espectaculares de la película– sea límpido para el ojo del espectador, sobretodo cuando estamos hablando de un proyecto de semejante escala, con un uso simbiótico del CGI.
RPO sigue la historia de Wade (Tye Sheridan), un adolescente del año 2045 que se ve inmerso en un juego que existe dentro de OASIS, una especie de mundo abierto virtual. El mismo consiste en reunir las tres llaves escondidas, que harán que quien logre superar las pruebas planteadas para obtenerlas se haga de las acciones de la compañía, convirtiéndose así en el custodio del legado de James Halliday (Mark Rylance), su ya fallecido creador. Si bien la novela de Ernest Cline también gira en torno al juego y sus desafíos, abarca mucho más de OASIS y su funcionamiento. En ese sentido, la película da un salto cualitativo en su adaptación y se focaliza troncalmente, y casi de manera exclusiva, en el juego como eje central. Ahí está el huevo dorado de RPO: Spielberg aprovecha el espacio lúdico de OASIS para hablar del entretenimiento como formador de creadores. Homenajea así a todos aquellos personajes que cambiaron el mundo con sus ideas y obras e inspiraron a nuevas generaciones a seguir creando. Hay una secuencia en particular en la película que lo demuestra, y hace que la necesidad de levantarse del asiento y aplaudir sea incontenible, ni hablar de la emoción que provoca.
Por supuesto, la existencia de OASIS en la película permite la aparición de infinidad de personajes de la cultura pop (desde Freddy Krueger y Chucky, hasta los Halos o Nathan Drake, pasando por los personajes de DC Cómics, el DeLorean de Back to the Future o incluso los Monty Python), pero nunca alguna de estas apariciones se vuelven centrales de la película, sino que siempre son escenario, contexto y coyuntura. La banda sonora de Alan Silvestri es exquisita, como hacía tiempo no se le reconocía. Recuerda al John Williams de Amazing Stories, o a su propio trabajo en Volver al Futuro o Flight of the Navigator, y destaca por sobre las canciones pop de los ’80s que musicalizan la película que, dicho sea de paso, pueden contarse con los dedos de una mano y están usadas con coherencia en momentos particulares.
Es muy interesante el cómo Spielberg construye a los jóvenes geeks protagonistas, como seres criteriosos. Son hijos hiperestimulados por la nostalgia, pero que se valen de su curiosidad para filtrar todo el bombardeo al que son expuestos. Los miedos e inseguridades de la generación digital también están escritos con inteligencia, sobretodo cuando nos referimos a Art3mis (Olivia Cooke), quien más allá de servir de interés amoroso construye un personaje desafiante, que le recuerda a Wade no separarse tanto del suelo. La amenaza de Nolan Sorrento, el líder corporativo de IOI -la empresa que quiere quedarse con todo-, está encarnada por un Ben Mendelsohn que construye un antagonista extremadamente real, especialmente por lo que su personaje representa: la búsqueda de terminar con la democratización de ese mundo virtual, para utilizar a OASIS con fines mercantiles y monopólicos. No tuvimos que esperar ni tres meses desde The Post para que Spielberg volviera a hablar sin pelos en la lengua del mundo de hoy, a través de su cine.
El realizador demuestra, una vez más, que sigue construyendo narrativa con la cámara como nadie. Ya los primeros planos de la película setean el mundo real sin necesidad del corte, sino de la composición dentro del encuadre. La destreza visual con que filma la acción es impresionante, y transforma a la película en un festín audiovisual imparable, del que uno no quiere salirse nunca. Durante los 140 minutos de RPO –que parecen 90-, uno es consciente de que Spielberg filma para entretenernos, le sale de las entrañas. Nos tira en la cara cine en estado puro. Ese que nos divierte pero nos deja boquiabiertos al mismo tiempo, ese que nos emociona y nos dibuja una sonrisa interminable durante y después de la película; una que por cierto da ganas de volver a ver infinitas veces más. Las películas que trascienden tienen eso, son angeladas, mágicas. Tocan fibras que nos recuerdan que no hay nada que pueda pagar ni reemplazar la sensación hermosa de escaparse del mundo real de esta manera. Si RPO es una carta de amor hacia los creadores, hacia aquellos que admiramos por sus obras y que nos influenciaron para crear las nuestras, entonces nosotros somos el último párrafo, y el cine de Steven Spielberg nuestro OASIS.
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