En 2009 una pequeña película futurista llamada Moon, estrenada en el festival de Sundance y bajo la dirección del primerizo Duncan Jones, sorprendía al público con una escapada lunar que presentaba un misterio a resolver, grandes dilemas morales y una fantástica interpretación de parte de Sam Rockwell. Cuando el velo de la identidad se descorrió y se supo que el realizador era el hijo del popular astro musical David Bowie, las comparaciones no se hicieron esperar. Jones siguió el éxito de su ópera prima con más ciencia ficción en la interesante Source Code, para después desembocar en el terreno del blockbuster con la adaptación del videojuego Warcraft, película visualmente impactante pero algo trepida en materia de historia. Todo este camino lo condujo a llevar adelante su proyecto pasión, que se encontraba en un desarrollo infernal desde hacía años. Esta extensa preparación lo condujo a afilarlo una y otra vez, hasta que el resultado final es triste y se titula Mute.
Que el gigante de la televisión Netflix la haya escondido durante meses era indicio de la poca fe que tenían en el producto final, en propias palabras de Jones una secuela espiritual de Moon -se puede observar una pequeña coda a la del 2009- con una historia fuertemente inspirada en Blade Runner. A diferencia de la seminal película de ciencia ficción de Ridley Scott, el ambiente futurista de Mute es el aspecto más logrado del film, mas no la historia. El guión del propio Jones junto a Michael Robert Johnson hace aguas desde el comienzo, con ciertas características que le otorgan al protagonista para hacerle un favor a la trama, pero nunca piensan en la dimensión que le están aportando a su personaje. En las escenas iniciales vemos cómo a raíz de un accidente de pequeño pone en peligro su habilidad del habla. Un simple procedimiento puede salvarlo, pero como pertenece a la comunidad amish su madre elige llevarlo a casa para «que Dios lo cure». Esto claramente no sucede y tenemos a nuestro protagonista mudo de por vida. El hombre crece y nunca toma una decisión por sí mismo de someterse a la cirugía que lo devuelva a la normalidad, más allá de que su crianza amish no afecta radicalmente la manera en la que vive. Menos que menos se puede hablar de la madre como un personaje, ya que es una cifra al comienzo y un ser que no existe para la trama por fuera de ese punto de arranque.
No hay dudas de que la película está liderada con mucha pasión por un Alexander Skarsgård que le pone el pecho a la situación -mas no la voz- como el bartender mudo del título, quien pierde a su adorada novia en circunstancias sospechosas. Pero una gran interpretación no salva a un conjunto que va perdiendo ritmo conforme pasan los minutos. La duración ronda los 126 minutos, pero a veces parece el doble ya que no hay ritmo en el procedimiento de resolución del misterio. Habrá alguna que otra chispa en los detalles de cómo se llega a ciertas pistas, pero tampoco es que había mucha química en la pareja entre el hombre mudo y su amorosa novia como para seguir la búsqueda al borde del asiento. Tampoco cuando se recurre a dispositivos estúpidos para embrollar la trama. Me explico: un personaje le dice al protagonista «No hagas esto, vas a complicar las cosas» para que, en la escena siguiente, el protagonista vaya tranquilo y haga aquello que le dijeron que no haga.
No retrata al personaje como obstinado, sino que es un movimiento básico, un recurso de guión tan utilizado como insulso. Tampoco funciona que ciertos secundarios tengan una abultada cuota de pantalla que ensucia aún más el producto. Los personajes de pasado militar de Paul Rudd y Justin Theroux, que fácilmente el primero demuestra una nueva faceta apartada de la comedia a la que nos tiene acostumbrados, tienen una amistad basada en la clandestinidad, donde ofrecen sus servicios médicos a la mafia. Theroux es el más perjudicado, ya que se confunde mucho una mala peluca y una constante muletilla con profundidad concreta de personaje. A medida que pasaban los minutos, rogaba porque le den algo más que eso para hacer en toda la película y, como siempre, hay que tener cuidado con lo que uno desea. Su línea argumental toma un giro asqueroso que vuelve a la película de incómoda a casi inmirable.
Una linda fachada no salva a Mute de cometer uno de los pecados más grandes del cine: ser aburrida. Perdí la cuenta de cuántas veces me fijé cuánto faltaba para que terminase. Se me hundió el corazón cuando vi que el misterio se resolvió y todavía faltaban unos 20 minutos. Una película nunca debería provocar eso y esta lo logró varias veces. No importa que visualmente se vea fascinante, que la música del genio de Clint Mansell resulte mucho más de lo que se merecía, que Duncan se saque un par de trucos técnicos de la galera… cuesta mucho seguirle el ritmo, uno que claramente se vio injertado de secuencias para armonizar más con este mundo oscuro que propone una Berlín futurista, pero que en definitiva no aporta nada al misterio central y menos a la vida del protagonista.
Al contrario que las feroces críticas que le hicieron a Warcraft, consideré a la adaptación como una proeza visual que resultaba entretenida. Mute es una película fallida que no le hace honor al nombre que Jones se venía forjando. Duele más sabiendo que hace mucho que quería contar esta historia, pero hay veces que en nuestra cabeza algo suena mucho mejor que lo que finalmente ponemos en marcha. Ojalá que a Duncan le sirva la lección, esperamos más de él.
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