Hay películas que están hechas para todo público, hay otras que no son para todos sino solo para un círculo selecto de filmografías varias. Y después están las películas de Jim Jarmusch, gran abanderado de festivales independientes cuya adoración por el minimalismo genera opiniones extremadamente divididas en la platea. Paterson, su último trabajo, podrá ser una de ellas, un acercamiento a la poesía de lo mundano y cotidiano demasiado amable y apático, que encontrará su lugar respectivo en lo más distinguido de la cartelera.
Mucho se ha dicho que Jarmusch es un director minimalista cuyas películas tienen un tono casi apagado, donde la estructura narrativa tradicional se deja de lado en favor de una oscura progresión lineal del argumento y énfasis en el desarrollo de personajes y la atmósfera reinante. Paterson encaja a la perfección con esos preceptos, siendo liderada por un solitario personaje llamado precisamente Paterson (Adam Driver, lejos de sus usuales papeles exacerbados), igual que la ciudad que habita, y no estando tan en solitario ya que lo acompaña una amable pero avispada joven llamada Laura (la preciosa Golshifteh Farahani). En el transcurso de una semana vemos cómo la aplastante rutina de ambos, en especial la de él -que involucra salir de su casa mientras que ella se queda puertas adentro-, va dando paso a una visión peculiar de la vida a través de los poemas que escribe en sus ratos libres, entre los recorridos del ómnibus que conduce.
El estar detrás del volante durante la mayor parte del día le permite al poeta/conductor apreciar las pequeñas conversaciones que todos tienen durante su trayecto, y a veces trasladar esa sabiduría cotidiana al papel. Sus primeros poemas, hay que decirlo, son superficiales, apenas rascando la descripción de situaciones diarias. Pero a medida que pasen las horas y los días, algo cambiará dentro suyo que le permitirá ir afilando sus creaciones para darle una estética mucho más apetecible y profunda.
Creo que Paterson es mi primera película de Jarmusch y en este caso me resulta encomiable y original dedicarle a la creación poética una atención tan detallada y meditada, alejada de lo convencional y llena de un sincero y transparente amor hacia la palabra escrita y hacia el proceso creativo. Sin embargo, puedo admirar cada uno de sus muchos aspectos esmerados sin que el conjunto me parezca brillante o sublime. Por momentos siento que me dejó frialdad y desapego, una sensación rara. Me es imposible no notar los engranajes de su estructura, sus intenciones, su ritmo, la delicadeza de la repetición, su paciencia y gradualidad, pero nada de lo que muestra me ha interesado en lo más mínimo. Hay momentos entrañables y el regreso a lo cíclico, como la charla de pareja en la que discuten tener gemelos y luego el pueblo está plagado de ellos, o la sana obsesión de Laura por el blanco y negro que invade la pantalla con cada segundo que pasa. Ese tipo de atención es lo que me deja el cine de Jarmusch, y el seguidor fiel del director encontrará secundarios que acompañan perfectamente al protagonista en su tragocómica cruzada diaria. Aplaudo mucho lo que pudo hacer el director con Driver, un actor demasiado condecorado para mi gusto -me resultó insoportablemente desquiciado en la serie Girls– pero que acá demuestra que tiene otro tipo de registros actorales y me dejó mudo en algunas escenas con su sobria e impecable interpretación.
Paterson sabe exactamente quién es y quedan pocas películas en este mundo que se jacten de ello. A veces solo hay que detenerse unos segundos más en lo que está enfrente de nosotros, aunque sea una caja de cerillas de punta azul, y saber apreciarlo.
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