Enzo Ferrari (Adam Driver) camina en cuclillas por la mansión de Castelvetro y, para evitar mayores ruidos aún, empuja su automóvil para alejarse de la casona y por fin darle marcha, mientras los ruidos del motor los escucha a lo lejos Lina Lardi (Shailene Woodley). ¿Estaba llegando tarde a su empresa? No, se retrasó para el café de la mañana con su esposa Laura (Penélope Cruz), quien no le recrimina sobre sus amantes sino el no haber llegado a tiempo para el desayuno.
Uno podría creer que en manos del gran Michael Mann, el retrato del empresario fundador de la escudería italiana Ferrari gozaría de espectacularidades y salvajismo por todas partes. Sin embargo, el reconocido director ha decidido –basándose en Enzo Ferrari: The Man, The Cars, The Races, The Machine de Brock Yates– un film apostando más por la biografía a través del drama.
Aquellos que vean el título del largometraje y apuesten por secuencias deportivas y muchos fierros corriendo de aquí por allá en ese mítico rojo deberán saber, de antemano, que el foco está puntualizado en los desequilibrios económicos y familiares de Enzo, donde debe lidiar con una empresa que no se encuentra en su mejor momento y, de la mano con la compañía, un matrimonio que se derrumba.
1957 es el año. El personaje interpretado por Driver ha colgado el volante y ahora su foco está puesto en la construcción de un equipo competitivo para su escudería. Maserati rompe récords que ostentaba la marca con el logo del caballo. Previo a su comunión, el hijo bastardo Piero quiere saber si puede portar su apellido. Ante todo esto debe pugnar el protagonista, quien ve a la carrera Mil Millas de la temporada como posible solución de varias cuestiones.
Mann decidió un retrato recortado sobre el fundador de la empresa, apuntando particularmente a ese año que congenia diversas cuestiones que permite plasmar la visión y personalidad de Enzo en una etapa concreta de su vida, algo que el director ha utilizado anteriormente en Ali (2001) y que también hemos visto en otras biopics como las de Pablo Larraín ya sea Jackie (2017) o Spencer (2021). Apenas imágenes acromáticas y de narrativas deportivas de la época nos permite ver al inicio al protagonista corriendo, como así algunos flashbacks a través de la música de la Ópera que nos adentra exiguamente en el acercamiento con Lardi y de una fracción dichosa en su matrimonio con Laura, cuando observamos al joven Alfredino.
La figura del hijo tiene un punto importante en la historia, y seguramente su desdicha cubre como foco de conflicto entre los personajes de Driver y Cruz, más si tomamos en cuenta al recóndito Piero irrumpiendo. En este sentido, el realizador –trabajando en el guión con Troy Kennedy Martin– encontró en los embrollos de la pareja la mayor riqueza para la trama, ya que la mujer no sólo oficializaba de esposa sino también como pieza importante de la empresa, por lo que la negociación de poder cual House of Cards –no tanto político pero sí corporativo y económico- permite observar el verdadero núcleo problematizador que tenía que afrontar su protagonista.
Por dicho motivo, quizá el trabajo de la actriz española es el más destacado dentro del reparto, con la posibilidad de florecer todo su histrionismo; y si bien Driver no se queda atrás –por momentos cargando en sus hombros el peso de llevar el apellido del título del film- no resulta el más inolvidable de sus trabajos dentro de su filmografía.
En cuanto a aquellos que buscaban ver secuencias deportivas como podía intuir el título, Mann saca a relucir lo mejor sobre el cierre cuando las ruedas crujen por Italia para la mítica Mil Millas del ’57; donde lo que más sobresale no es tanto la imagen –más allá de la buena periodización en la fotografía de Erik Messerschimidt– sino el sonido de los motores a cargo de Angelo Bonanni, Tony Lamberti, Andy Nelson, Lee Orloff y Bernard Weiser. En contrapartida, algunos efectos especiales del film para ese puñado de espectacularidad necesaria deja algo –bastante- que desear.
El encuadre seleccionado para el proyecto permite que lo más sensacionalista pase por el cierre, con un clímax que si bien no es avasallante debido al continuo drama asfixiante que se creó durante las más de dos horas de duración, contando con una conclusión suspendida por el propio foco en el que decide narrar su creador, aunque lo sensitivo –más allá de que cuesta diferenciarlo en un largometraje que se apoya bastante en el melodrama- puede pasar por las consecuencias de la carrera.
Ferrari no deja de ser una propuesta interesante para la pantalla grande, llamativo por el foco que implementó su director y que el tiempo dirá si se cola entre las grandes producciones –entre las tantas- que tiene Mann. Eso sí, acá no encontramos una historia deportiva per se, sino que se apoya más en lo dramático y que puede beneficiarse con esa información de antemano.