Eraserhead: la relación obra-artista-industria en el clásico de David Lynch

Una reflexión sobre la ópera prima del aclamado cineasta, tan elusiva como hace cuatro décadas atrás pero más oportuna que nunca.

 

Esta nota se publicó originalmente el 14 de junio de 2021.

Dentro de la vasta historia del cine hay más de un director que ha logrado pasar sin pena ni gloria por los focos de la industria. Dentro de la selecta lista de los que sí han marcado un antes y un después está David Lynch. El cineasta americano conocido mundialmente por haber hecho Twin Peaks, una de las mejores series de todos los tiempos -sino la mejor de todos los tiempos-, comenzó su carrera mucho tiempo antes de aquel famoso programa e incluso previo al éxito de Blue Velvet, otra de sus obras más reconocidas. Por la película que Lynch se dio a conocer es ni más ni menos que Eraserhead (1977) o Cabeza Borradora en español, una en la que el director no solo desarrolló al máximo toda su concepción del cine surrealista y bizarro, sino que también expuso de manera extra diegética los males, las dificultades y las posibilidades de una industria cinematográfica en cuyo star system Lynch nunca terminó de encajar.

En lo puntual, Eraserhead cuenta la vida de Henry (Jack Nance), un obrero en una zona industrial que de buenas a primeras se entera que será padre de una criatura de la cual no tenía idea de su existencia. A lo largo de la película vemos cómo paso a paso Henry y «la criatura», en sentido figurado y literal, tienden a no tener una relación perfecta e incluso todo lo contrario, ya que si hay algo que la vida de Henry no puede permitirse es justamente que alguien dependa de él. Y ahí mismo empieza el laburo narrativo de Lynch que, más allá de su estética llamativa, su banda sonora incómoda y toda la parte surrealista del director para plantear una historia, planta las semillas necesarias para que el espectador logre descifrar qué es lo que intenta contar.

A simple vista la película se puede interpretar como una historia que cuenta las incomodidades de ser padre, todo lo que eso implica e influye en una persona que no está preparada y, mucho menos, con ganas de serlo. Habla de la importancia de ser uno mismo y de guiarse por sus propias convicciones y condiciones. De cómo «la sociedad» no puede aceptar que alguien sea diferente y decide dejarlo de lado antes de poder escuchar una palabra de esa nueva criatura.

En ese instante se empiezan a develar las intenciones del director, cubiertas de metáforas y alegorías. Metidos de lleno en su cripticismo, el espectador puede darse cuenta que el trasfondo, el subtexto, el mal llamado mensaje de una película comienza a tomar una forma más concreta. «Eraserhead es mi película más espiritual» dijo Lynch en una entrevista que luego sería catapultada por internet como meme mundial. Ahora, ¿por qué? Porque básicamente es una película que muestra cómo fue su camino para transformarse en el
director que es hoy, si uno hace un paralelismo entre la criatura que se muestra en la película y la relación obra-artista, de la cual Lynch es un exponente claro, no quedan muchos cabos sueltos. Eraserhead es una crítica de cómo la industria cinematográfica aísla al que piensa diferente, al que crea una obra que poco tiene que ver con lo establecido, con lo normal. Sobre las dificultades que tiene que atravesar un artista para encontrar el apoyo necesario para concretarse y para quitarle individualidad a quienes quieren escaparse de las condiciones propuestas por el sistema. También cuenta qué es lo que sucede cuando un espécimen va lo suficientemente lejos con su idea hasta tal punto que termina siendo el aislado por la falta de ayuda para que su idea tome forma.

Todas estas ideas, que están conectadas con la historia de Henry y su hijo, tienen su sustento en el complejo y surrealista modo de Lynch para narrar, entonces es posible que quien vea la película se quede con la, hasta por momentos, incoherencia de las imágenes que el director muestra. De cómo se las ingenia para no caer en las formas fáciles de metaforizar lo que él quiere decir. Por eso podemos encontrarnos a una mujer cantando en una estufa e interpretarlo de una manera más profunda y no quedarnos simplemente con la imagen. Y de eso la película está llena, desde que comienza hasta que termina. Otro guiño a esta posibilidad, porque todo termina siendo cuestión de interpretaciones, es la semejanza física que tiene Henry con Lynch que no puede contarse cómo casual.

Por supuesto que el cine de Lynch, y más en su etapa experimental, no es para cualquier tipo de espectador y esto no está expresado desde la soberbia ni mucho menos, pero hay que tener en cuenta que es un director, un artista, un autor en el sentido más concreto de la palabra y hoy por hoy no es normal encontrarse con filmes que quieran ir tan profundo sin caer en la tentación de ser explícitos. Pero David Lynch no es un artista convencional y ese es el legado que Eraserhead quiere dejar.

Seguir las propias ideas, si es necesario ir en contra de la marea y siempre valorar hasta el final lo que uno cree y crea. Inconscientemente, o con total conocimiento de la situación -jamás lo sabremos-, Lynch logró hace 44 años establecer una discusión de la problemática que atraviesa la industria hoy en día: la falta de ideas, las ganas y la necesidad de hacer productos antes que películas y de que, al final, el público termine siendo un consumidor más que un espectador. A fin de cuentas, una producción masiva de cabezas borradoras.