La ópera prima de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll puede verse de forma libre y gratuita hasta el 31 de marzo.
Corría el año 2001 y el panorama sociopolítico en América Latina no se advertía para nada esperanzador. Pese a que, a diferencia de Argentina, Uruguay no tuvo que pasar por un levantamiento popular, también sufrió una severa crisis económica y compartió la mayoría de las consecuencias post-dictatoriales -las cuales impactaron de un modo muy particular en la vida de los jóvenes-. La falta de contención institucional, las dificultades para acceder al mercado formal del trabajo, sumadas al descontento que despertaban los mediocres empleos que se podían llegar a obtener, eran algunas de las tantas problemáticas que definían el cotidiano de ese grupo etario. Estas provocaban, a la vez, un profundo y generalizado sentimiento de apatía, una rutina signada por el ocio y el vagabundeo como prácticas de subsistencia frente al aburrimiento y la imposibilidad de proyección hacia el futuro, debido a la fijación en un presente tan insoportable como inaprensible.
Fue en ese mismo contexto que dos graduados de la Licenciatura en Comunicación Social de la Universidad Católica del Uruguay, Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, decidieron probar suerte con un guion que presentaba como argumento central un día particular en la vida de tres jóvenes: «El Leche» (Daniel Hendler), Javi (Jorge Temponi) y Seba (Alfonso Tort). El primero, un estudiante de italiano que vive con su abuela y que además está idílicamente enamorado de su profesora particular; el segundo, un trabajador ambulante que detesta su ocupación tanto como a su jefe, a la vez que atraviesa el desmoronamiento de su noviazgo; el último, el más joven de los tres, un desocupado que se la pasa deambulando por el barrio codeándose con todo tipo de personajes -desde los más ingenuos hasta los más peligrosos-,y al mismo tiempo vive en un estado de ansiedad constante -cuestión que puede percibirse claramente en su obsesión con la pornografía-.
Dicho simiente narrativo se convirtió en 25 Watts, este ya clásico del cine independiente uruguayo. Pero más allá de la notoria presencia de lo local, las influencias de directores extranjeros como Jim Jarmusch, Richard Linklater y Kevin Smith son claras. Vale decir que las referencias extranjeras no son las únicas, ya que el impacto de las películas de Raúl Perrone– quien pese a no ser uruguayo comparte una visión similar marcada por lo rioplatense y sobre todo lo barrial-, también se hace presente; incluso los propios realizadores han reivindicado públicamente en más de una oportunidad la importancia que tuvo para ellos la obra del Perro. Todo este conjunto de inspiraciones no le restan ningún mérito narrativo, estético, ni formal al film. Las preocupaciones aparentemente superficiales de los protagonistas, las conversaciones triviales, las formas comunicativas basadas en cierta agresividad verbal, la ausencia de figuras adultas como modelos de identificación y resguardo, así como la heterogeneidad de personajes, logran configurar un estado de situación. Dicha atmósfera es escenificada a la perfección tanto en sentido socio-histórico, como testimonio de un momento en particular, como también en términos más universales al recuperar el duelo que implica la pérdida de la juventud en un contexto inestable.
Al mismo tiempo, a pesar de su escaso presupuesto y de haber sido filmada en un formato económico como el 16mm, la película también se destaca técnicamente. La utilización del blanco y negro y el montaje incesante -a través del cual los realizadores integran las vivencias individuales y grupales que transcurren en el día de los protagonistas-, son los recursos formales más sobresalientes. El primero de estos define la tonalidad del film y da cuenta de una cotidianidad gris y monótona. En lo que refiere a la edición, al fusionarse con el ritmo aplomado con el que se desarrolla la vida de los personajes, los realizadores logran unir de forma certera la mencionada dimensión frenética, que surge de la ansiedad y la inseguridad permanentes, con el pesado desasosiego frente al futuro incierto. No conformes con esto, se permiten emplear flashbacks, voces en off para exponer reflexiones interiores, y hasta la aceleración de algunas escenas. Estas decisiones suman a la estampa de libertad creativa y al espíritu lúdico que presenta el largometraje.
25 Watts logró participar de diferentes festivales internacionales de cine -luego de ser adaptada a 35mm-. Obtuvo premios en Rotterdam, Lima, Valencia y Buenos Aires. Pero más allá del reconocimiento que adquirió por parte de la crítica y los jurados, lo importante es que la película aún conserva su potencia y su atractivo. Su estilo narrativo fragmentado -mediante el que se exhibe un contexto social desorganizado-, el abordaje de los personajes que se corre de los estereotipos y se centra en sus derivas existenciales y sus frustraciones diarias, así como también el notable manejo del sentido del humor irónico para aproximarse a estos asuntos densos, dan paso a una historia tan reflexiva como entrañable. Por esto, no solo les recomendamos fervientemente el repaso de esta obra, sino que además agradecemos a Fernando Epstein y Agustina Chiarino –fundadores de Mutante Cine– por permitirnos volver a verla.
25 Watts (2001) from Mutante Cine on Vimeo.
Lo nuevo de Michael Mann retrata al creador de la mítica escudería.
Paul Giamatti protagoniza una de las serias candidatas al Oscar.
Sydney Sweeney y Glen Powell se juntan para intentar revivir las comedias románticas.
Hollywood se prepara para celebrar a lo mejor del año pasado.